Guerra económica. Guerra mediática. Guerra sanitaria. Guerra geofísica (de verdad, esto lo dijo el Sr. Cabello cuando los últimos sismos que afectaron el área de Caracas). Guerra alimenticia. Y ahora, para denunciar la madre de todas las guerras, guerra eléctrica. El país entero sin luz. El regreso a la Edad de piedra, o quizás el avance a una sociedad post apocalíptica de esas que se muestran en las películas futuristas tipo Mad Max.

El ministro de comunicaciones del régimen, el militar encargado de la electricidad y la vicepresidenta salen raudos y contundentes a denunciar el sabotaje, la injerencia del imperio, las sospechas de que Marco Rubio reaccionó al desastre en cuestión de segundos (por lo que hay que suponer, dicen los funcionarios de la dictadura, que Rubio fue el que apagó el suiche desde su oficina en Washington) y toda clase de historias que nadie en su sano juicio se puede creer. El apagón que sufre el 95% del país (a la hora de escribir este artículo, mañana del viernes 8 en Venezuela, no se ha resuelto) es otro resultado más de darle poder en 1998 a una banda de inútiles que no sabía administrar una cantina, y que en 20 años no ha aprendido otra cosa que no sea raspar ollas, reprimir, obedecer a sus amos caribeños, mentir y mantenerse en sus trincheras con el único apoyo de las armas.

El saldo de la mega falla eléctrica no es siquiera imaginable. Un evento de esa magnitud afecta toda la actividad humana, desde la comida que se pudre hasta enfermos que se mueren, pasando por escuelas cerradas, comercios sin funcionar, transporte parado, fábricas inactivas (las pocas que quedan), bancos sin plata y millones de personas sin poder comunicarse ni informarse. Esa es la representación, montada en unas horas, del efecto que ha tenido el chavismo sobre Venezuela. Ese es el legado de Chávez y su revolución destructora. Esa es la consecuencia de haberle regalado la República a quienes nunca tuvieron la menor intención (ni la menor idea) de ser republicanos.

Para la sociedad que se opone al régimen de manera casi unánime, el colapso eléctrico no debería ser ninguna sorpresa, sin que esta afirmación pretenda banalizar el sufrimiento y las penurias de la gente afectada. Si PDVSA ha bajado su producción a la tercera parte y las empresas básicas son un esqueleto oxidado, el suministro de electricidad no podía ser menos (o más). Pero, como sucede en todas las catástrofes, hay algunas lecciones que pueden sacarse de la ruina nacional: elegir gobernantes no es juego. El pueblo sí se equivoca. Prohibido olvidar.




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