Nicolás Maduro no tiene un ápice de humildad para reconocer el rotundo fracaso de su gestión de gobierno, basado en el Socialismo del Siglo XXI. Su afán por mantenerse en Miraflores para instaurar constitucionalmente el Poder Comunal en Venezuela le mantienen ciego y le impiden ver el daño que han provocado sus medidas pro comunistas en la estructura económica, política, social y cultural del país.

La posibilidad de seguir actuando a sus anchas y sin ningún control por parte de los funcionarios establecidos en los otros poderes aliados al Ejecutivo, en su cargo como presidente de la República, Jefe del Estado y Comandante en Jefe de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana, lo mantienen con el ego en alto y no le importa cuan deteriorada está su imagen en el ámbito internacional. Lo tildan de dictador y de mandatario tóxico para la comunidad internacional, pero no se inmuta, porque su visión totalitaria del poder, más su orfandad por la patria de Simón Bolívar ocupan su mente y le hacen dar pasos agigantados hacia la concreción del comunismo. Lo que realmente le interesa es perpetuarse en el poder, al estilo de Fidel y Raúl Castro. Y desde allí seguir abonando el terreno para lapidar por completo los principios democráticos venezolanos para catapultar legalmente, sin ningún tapujo, de una vez por todas, su dictadura Chávez castrista.

Aunque en la actualidad, las acciones jurídicas en su contra por los miembros del Tribunal Supremo en el exilio no le dejan dormir en paz, Nicolás Maduro sueña con su reelección el próximo 20 de mayo, pese a que sólo cuenta con el apoyo del 17 por ciento del electorado. Pero no declina en ese deseo, porque sabe que cuenta con la astucia, lealtad y fidelidad de su compañera de partido, Tibisay Lucena, quien mágicamente encuentra votos aunque nadie haya sufragado y suma miles de voluntades a favor del presidente de la República, pese a que su repudio se registra en más del 80 por ciento de la población. Realidad que no es obstáculo para esa meta de Nicolás Maduro. Sabe que con sus aliados en el poder, su sueño presidencial no se quedará en una quimera.

Para lograrlo desde hace rato usa toda la fuerza comunicacional, económica y política del aparato del Estado, sin que nadie le corte o sujete las riendas por el uso y abuso de los recursos públicos y cuan caballo desbocado sigue haciendo y deshaciendo de espaldas a la Carta Magna vigente y en desmedro de la democracia. Por eso, el populismo se ha convertido en su arma electoral para engatusar a los electores y mediante esa práctica obliga a los venezolanos a sacar el carnet de la patria, el cual, según Nicolás Maduro y los miembros de su gabinete, es la única herramienta con que se garantiza el disfrute de los beneficios y programas económicos establecidos en su gobierno, como las cajas Clap, pensiones de amor mayor y madres del barrio, así como la chamba juvenil, además de los distintos bonos otorgados por embarazo, día de las madres, carnaval, semana santa, entre otros constitutivos de esos planes efectistas que no atacan las causas del desabastecimiento ni de la pobreza en Venezuela, sino que más bien proliferan el hambre y el ocio entre la población, al tiempo que fomenta el apartheid político, por cuanto los venezolanos que por una u otra razón no se sacaron el carnet de la patria quedan apartadas de todos esos programas, aunque vivan en la pobreza y no tengan para comprar alimentos y medicinas.

Tanto poder, logrado sin sudor alguno ni por resultados exitosos de su gestión como canciller o vicepresidente de la República, lo tiene atrincherado en Miraflores para evitar que factores externos e internos le impidan convertir a Venezuela en una copia exacta de Cuba o una nación lúgubre y abandonada por la mayoría de sus hijos que huyen en balsas u otros medios de transporte hacia los Estados Unidos, en aras de no someterse al aniquilamiento humano perpetrado en esa isla con quienes se quedan y no pueden huir, tal y como han hecho más de 4 millones de venezolanos a diferentes partes del mundo, porque entendieron que con Nicolás Maduro, como primer mandatario nacional, no hay presente y, menos, futuro, pues su visión de país es Cuba y no otras naciones democrática y de gran avanzada en derechos humanos de Latinoamérica, Europa y América del Norte.
Desde su territorio en Miraflores o desde el Canal del Estado, Nicolás Maduro se burla de los oficios que realizan en otras latitudes todos esos jóvenes y no tan jóvenes que escaparon de sus arbitrariedades y atrocidades comunistas.

Él descalifica la tarea de limpiar baños que quizá deba realizar un venezolano en el exilio para poder sobrevivir, pero se olvida de que limpiar baños es una tarea honorable y obtener un sueldo por ese oficio es una bendición, por cuanto se está recibiendo dinero por el desempeño de una labor digna y no por cuaimas ni sobornos, como lo recibió él, cuando era candidato a la presidencia de manos del propietario de la empresa Odebrecht. También es un dinero ganado limpiamente y no por corrupción, lavado de dólares ni transporte y venta de droga, como supuestamente lo ganan muchos de sus aliados en el gobierno, los cuales hoy se encuentran sancionados en varios países del mundo, hasta el punto de habérsele congelado los bienes y negado el tránsito por esos países donde tienen depositados los millones de dólares obtenidos de forma oscura y dudosa.

El presidente Maduro al parodiar con los limpia baños exiliados, se está burlando de el mismo como Jefe del Estado, porque él es el principal culpable de la partida hacia otras latitudes de mucha gente talentosa y profesional, porque quiere imponer en Venezuela un régimen totalitario y un modo de gobernar socialista, en el cual para poder comer se tiene que depender de un carnet de la patria y de otro carnet del partido de gobierno.

Al burlarse de esos migrantes venezolanos limpia poceta o limpia pisos en el extranjero, Nicolás Maduro demuestra que sus políticas económicas y sociales efectistas no conforman la panacea para permanecer en este país y que los jóvenes que se formaron en la etapa del socialismo no creen en ese sistema de gobierno, pues lo único que les asegura es atraso, hambre, miseria, muerte, cárcel, tortura, persecución y cero libertad de expresión. Es decir, con esa sonrisa sarcástica hacia las tareas de los conciudadanos en el exilio, el Jefe del Estado confirmó que las ofertas ofrecidas por él como Primer Mandatario Nacional y como candidato a la reelección a la presidencia de la República no son aceptadas por quienes conforman la gente emergente y vanguardista de cualquier nación, los jóvenes.

Sólo podrán soportar los sinsabores del comunismo y vivir en la Venezuela destruida por el gobierno de Nicolás Maduro quienes por razones de salud o económicas no puedan irse para comenzar de cero en otro lugar que no es su tierra ni están sus afectos, propiedades y querencias.

Es de valientes quienes emprenden un camino hacia lugares inciertos y pudieron romper a tiempo las cadenas de la esclavitud social, económica y política con que los hacedores del Socialismo del Siglo XXI amarraron al país desde la llegada al poder de Hugo Chávez Frías en 1998, quien desde los cuarteles del Ejército, como militar activo, fraguo por más de 20 años la insurrección armada en contra del gobierno constitucionalmente establecido para acabar con la corrupción, la pobreza, el desempleo existente en los 90. No obstante, a casi 20 años de la revolución que él inició para acabar con esos flagelos presentes en la llamada Cuarta República, se han acentuado con mayor profundidad en la Quinta República y Venezuela prácticamente se ha convertido en un esqueleto por el hambre y la miseria que viven sus habitantes, así como por la soledad en la que está quedando por la ida tempestiva de muchos de sus hijos a los cuales parió y crio. Una realidad inédita que da miedo escribirla por el terror y el horror de relatar la muerte a la cual han sometido al país y a sus habitantes. Su muerte y sus muertos asustan y hacen huir del Socialismo del Siglo XXI. Trémulos están hoy su escudo, su bandera y sus estrellas. Hasta su himno nacional no se canta con la algarabía que Caracas dio.




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