Cualidad asombrosa de los seres humanos, nosotros, ha sido el desarrollo y la utilización de un lenguaje con aplicaciones inmediatas, tan prácticas como el habla y la escritura. Cuánto y a qué nivel, estas dos herramientas superiores han facilitado nuevos desarrollos de la humanidad, la creación de más cultura, y el esplendor de la ciencia y filosofía. Pero esos mismos elementos, el habla y la escritura, utilizados sin parar, sin moderación ni control, pueden llegar a convertirse en formas de penetración hiriente, residenciados en las consciencias de millones de habitantes, de cientos de países de la tierra.

Ernest Hemingway (USA 1899-1961), excelente novelista de vida acelerada y compleja, y premio Nobel de literatura en el año 1964, dijo que “se necesitan dos años para aprender a hablar, y sesenta para aprender a callar”. ¡Genial consideración la de Hemingway! Se refería a lo largo y exigente que es el aprendizaje del silencio; y se enfrentaba a la aceleración incontrolada, y el ruido destructor, asentado en lo profundo y superficial de nuestras sociedades.

Hablaba Hemingway a la naturaleza persistente y silenciosa, con su orden interior, en calma pero productiva. Se refería Hemingway a las sociedades que acogen bosques y selvas enteras, que crecen sin hacer ruido, sin llamar la atención, con sabias lecciones que debemos interpretar: ¡Quienes hablan sin antes haber aprendido el valor y el sabor del silencio, por ejemplo, corren el gran riesgo de informar, enseñar y aprender cosas equivocadas que, además, ya pueden haber sido tratadas y discutidas hasta el cansancio! Mucho de ruido queda de estas maneras de proceder.

La naturaleza nos enseña mucho de lo que necesitamos aprender en la vida, y de cómo hacerlo con naturalidad, sin la ostentación de los humanos. En la naturaleza no oímos, ni nos enuncian, que cada planta va a crecer, o que sus hojas van a caer, ¡pero observamos que crecen sin cesar, que botan hojas si lo necesitan, y que hacen todo eso en medio de un grande y “humilde” silencio, porque la naturaleza no tiene orgullos ni prisas!…

Cosa parecida se aplica a la naturaleza y sociedades humanas. Al administrar el silencio se agrega valor anímico que beneficia el análisis, la crítica y los procesos humanos. El silencio oportuno, el callar con previsión, tiene valor estratégico y táctico impresionante, antes, durante y después de cada acción social, psicológica y política… Hay muchos que callan por miedo o vergüenza de no saber hablar, pero hay quienes callan porque aprendieron a reconocer cuándo es que llegan los tiempos oportunos de poder hablar.

La imprudencia salta a la vista en aquellos que no pueden callar, porque un protagonismo escandaloso y un narcicismo agobiante, les mete en una “zona de combate”. ¡Sólo habla con seguridad, quien sabe callar a tiempo! Quien no aprende a callar, termina en la gritería “callejera” del activismo populista chabacano, compulsivo y frustrante, o el exhibicionismo vulgar.

El silencio de la gente está a veces más cerca de la verdad, que sus palabras. Voltaire (Francia 16941978, anunciaba siempre que, “en la corte del rey francés, el arte más importante no era hablar bien, sino saber callarse”; y mucho antes, Pitágoras había dicho que “no sabe hablar quien no sabe callar”. ¿Supieron callar oportunamente estas dos celebridades?  ¡Se les perdona si no fue así!

Hernani Zambrano Giménez 

hernaniz@yahoo.com




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