El contexto venezolano es preocupante para envejecer. Como docente universitario de una institución pública, no he dejado de pensar sobre las condiciones de vida de miles de profesores jubilados que reciben una pírrica pensión con la que no comen ni un día.  A esta situación le sumamos las calamidades que padecen cuando requieren atención médica, tomando en consideración que el gobierno acabó prácticamente con la seguridad social en este país. El panorama se complica al observar que la mayoría de nuestros abuelos, sean profesores o no, viven prácticamente solos, pues hijos y nietos se fueron hace rato.

Este drama se ha visibilizado en los últimos días con noticias que han llamado la atención de la sociedad en general. El caso, por ejemplo, del ingeniero y profesor de la Universidad de los Andes, Pedro Salinas, encontrado en avanzado estado de deshidratación con su esposa Ysbelia Hernández, también docente jubilada, muerta a su lado, describe una realidad imposible de ocultar. La familia desde Europa desmintió supuesta desnutrición, pero más allá de eso, la coyuntura revela el estado de abandono de los adultos mayores y que los ingresos que perciben como pensionados no les permiten proveerse de alimentos, medicinas y ropa.

Retomando la triste situación de los docentes universitarios, recordemos que Venezuela es el país que peor paga a sus profesores de educación superior en todo el continente. Con la materialización del último incremento, un sueldo tiempo completo debe oscilar entre los 30 y 40 dólares mensuales, cuando en otros países de la regiónel ingreso llega y/o supera los mil dólares. Un gran porcentaje, sin beneficios ni primas, gana muchísimo menos. El dolor llega al corazón cuando vemos a colegas con zapatos rotos, ropa desgastada, mirada triste y cuerpo esquelético. Entregar la vitalidad de la juventud a formar profesionales y que el Estado articule políticas para estrangular no solo plantas físicas, sino la vida misma no tiene perdón ni de Dios ni de la patria.

El año pasado, por cierto, el rector de la ULA, Mario Bonucci en alianza con el Observatorio de Derechos Humanos, organizó jornadas de recolección de medicamentos y ropa para docentes en estado de vulnerabilidad económica. El mismo Bonucci relataba con tristeza que muchos profesores no tienen siquiera zapatos en buen estado, evidenciando la miseria que reciben por sus servicios. En este contexto, el Observatorio de Universidades informó que el 27% de los profesores universitarios tiene el sueldo como única entrada, lo que los obliga a dedicarse a otros oficios para poder subsistir, entre ellos el de personal de seguridad. Igualmente, un numeroso grupo que sobrepasa los 70 años, continua activo en las aulas para percibir algo más de dinero. También los acompaña la angustia, la ansiedad  y la depresión.

Otros que ya hemos recorrido la mitad de la vida, tenemos la suerte de apoyar y sumar desde la educación privada, de lo contrario, desde hace años hubiésemos emigrado. Debo reconocer el esfuerzo que se hace desde el Instituto de Previsión Social del Personal Docente y de Investigación de la UC (IPAPEDI) y desde FOPEDIUC, para que podamos satisfacer asuntos primarios y emergencias de salud. Aunque dolarizadas, se hace el esfuerzo, se pagan las pólizas y hemos recibido la atención necesaria. En otras universidades e institutos tecnológicos, el asunto no funciona tan bien.

Nos queda seguir visibilizando esta penosa realidad y retomar acciones en conjunto para recuperar el rumbo del país. Seguimos soñando con una Venezuela en la que, desde el Gobierno, se reconozca el valor de educar y los docentes a todos los niveles, puedan llevar una vida digna.




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