(Foto: Kevin Arteaga González)

La pandemia de COVID-19 profundizó todas las crisis preexistentes en Venezuela, incluyendo la del hambre. Sin embargo, la buena voluntad de los venezolanos, y en este caso, de los carabobeños, no ha dejado de estar presente para hacer frente a esta dura realidad desde sus modestas posibilidades.

La Mesa de Lázaro, una iniciativa de la casa hogar Fundación Pana, es prueba de eso. Cada domingo, en su sede ubicada en el centro de Valencia, alimentan con un plato de comida a más de 700 personas con necesidades económicas o en situación de calle de varias parroquias de la capital carabobeña e incluso de otros municipios.

La idea de llevar a cabo este programa surgió de los jóvenes que se encuentran en el refugio, quienes al ver el hambre y las necesidades de otras personas, decidieron hacer algo y ayudarlos, como ellos son ayudados a salir adelante. Es así como desde hace cuatro años hacen hasta lo imposible por materializar la Mesa de Lázaro.

“Tocaban la puerta y los muchachos se dieron cuenta de la necesidad, por eso me pidieron que hiciéramos algo aparte. De hecho este programa lo dirigen los mismos muchachos y ellos son los que hacen todo lo posible para que se logre”, explicó Alberto Khoury, quien preside la fundación.

Alberto agregó que dependen del aporte de empresas y otras personas que los ayudan para poder comprar los insumos para realizar los asopados. Entre los ingredientes que siempre necesitan están: granos, pasta, arroz, vegetales, verduras, carne, pollo, entre otros.

En los meses previos a la llegada del nuevo coronavirus llegaban a preparar hasta cinco ollas de asopado. Sin embargo, actualmente llegan a tres ollas a duras penas, ya que los donativos han mermado. En más de una ocasión les que tocado sacar adelante la comida sin proteínas y con pocos vegetales.

Los preparativos para la Mesa de Lázaro comienzan desde el sábado, cuando los más grandes del albergue salen a buscar la leña para los fogones en un cerro cercano. Otro grupo, al mando de Reina Valecillos, de 56 años, comienza a picar los aliños, verduras y proteínas, si las hay, que lograron recaudar durante la semana.

Mientras hay alimento, todos son recibidos sin discriminación. Las personas comienzan a llegar desde las 9:00 a.m. aproximadamente y se van apostando en los alrededores de la fundación. Como medida de bioseguridad, ahora se les exige el uso de tapabocas y que lleven su propio recipiente. Antes los hacían pasar y comían en varias mesas, pero eso ahora no es posible.

Pasadas las 12 del mediodía, comienzan a sacar las ollas de asopado a la entrada del refugio. Las mujeres y los niños tienen prioridad, luego le toca al resto de la fila, que ocupan prácticamente toda la cuadra. Muchos llevan más de un recipiente y todos son llenados. Acuden desde niños y adultos, hasta personas de la tercera edad.

Los beneficiados agradecen la existencia de la Mesa de Lázaro y lamentan cuando por falta de donativos e insumos no se puede realizar el programa, ya que para muchos ese es el único plato de comida que tendrán ese día.

La Fundación Pana requiere de la ayuda de todos para que el milagro de la Mesa de Lázaro siga ocurriendo. No están dispuestos a rendirse en su empeño de ayudar a los demás, así como ellos son ayudados. Por eso, domingo a domingo este programa se materializa, a pesar de las dificultades.




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