“No quiero sucumbir como quizá en otros momentos lo he hecho, no quiero que mi vida se vea acabada por culpa de los problemas. Quiero salir adelante, quiero vencer” A. Linero

Miguel A. Meza B, de formación teológica, bíblica y pastoral, quien forma parte desde hace mucho tiempo de la Comunidad Cristiana, ha escrito 17 libros y su último se denomina como el título del espacio de esta semana: “Espiritualidad para tiempos de crisis”. De dicho texto el equipo humano de Gerencia en Acción ha extraído las ideas y conceptos que se han considerado más significativos.

El autor considera que los tiempos que se están viviendo, tan duros y difíciles para la mayor parte de la sociedad (en especial para las personas más desprotegidas y marginales) y de los empobrecidos del mundo actual -no se incluye la pandemia del coronavirus- pueden llevar a la desilusión y al abandono de los esfuerzos que se han venido haciendo para construir una sociedad más fraterna, justa y solidaria, perdiendo a la vez el motor de la esperanza.

Y un mundo sin esperanza es una sociedad moribunda. La esperanza se recupera con la práctica de la solidaridad, la ternura, el cuidado, la cercanía de la empatía…

Por la tanto, para contrarrestar tanto abatimiento, apatía y desilusión, afirma el autor del libro en referencia lo siguiente: “No hay más remedio que reforzarnos interiormente, para superar cualquier dificultad saliendo, a la vez, renovados. Para eso creo que es imprescindible alimentar la espiritualidad que llevamos dentro cada uno de los seres humanos que habitamos este planeta”.

Y siguiendo con sus reflexiones Miguel A. Meza B, asevera lo siguiente: “La espiritualidad nos ayuda a respirar, a dar sentido a la vida y vivir de otra manera. En una sociedad que tiende al individualismo, al ´sálvese quien pueda´, a consumir, a rechazar al diferente… es necesario recrear unos valores comunes que nos puedan ayudar a seguir trabajando por otro mundo mejor, a ´ensanchar nuestra tienda´ junto a otra mucha gente con esos mismos o parecidos valores. Pero este espíritu común necesita nutrirse para poder mantenerse y crecer. En este mundo que vivimos es muy necesaria y urgente una espiritualidad profunda, de comunión humana, ecológica y universal”.

Desarrollando en dicho texto que es imposible hablar en nombre de toda la humanidad, no se puede generalizar. Todo tiene sus más o sus menos pero, como norma habitual, en las sociedades del Norte, pudientes y consumistas, el yo espiritual, interior, profundo, vivificante, se diluye entre las cosas que se poseen y se consumen, en las cuentas del banco, en el trabajo sin horario, en el estrés diario, en la falta de tiempo para las mismas personas y para compartir con los demás.

En las sociedades del Sur empobrecidas es más fácil encontrar a gente sonriendo (a pesar de todo), hablando con los vecinos, ayudando a quienes peor lo pasan, viviendo la vida con otro ritmo, contemplando lo que le rodea y lo que hay dentro de si mismos, sintiéndose unos con el TODO universal…

Están conscientes de la propia interioridad, de lo que los habita dentro, cuando se intenta con el tiempo, las posesiones, el trabajo, el individualismo y la insolidaridad no los domina.

La espiritualidad no es propietaria de ninguna religión. Es el patrimonio común de la humanidad. Porque todos y todas, toda la creación, poseen el espíritu y la imagen de QUIEN sustenta y da vida a todo, recreándolo, animándolo, vivificándolo. La espiritualidad, como Espíritu mismo, nunca se deja atrapar, siempre se escapa, como el agua entre los dedos.

“La espiritualidad -agrega el autor del libro-, si está de verdad encarnada y no nos evade de la realidad, lo debe impregnar todo en nuestra vida, nos ofrece el aliento vital en cada momento, nos ayuda a respirar y vivir de otra manera, para lograr nuestra planificación como personas”.

“Por eso toda nuestra vida debe estar empapada de espiritualidad, que implica aceptar y vivir nuevos paradigmas, dimensiones y sentimientos vitales. Por una nueva sensibilidad hacia los otros, hacia el Otro. La espiritualidad también debe ser samaritana, integral, resiliente, integradora, que nos cambie la forma de entender y vivir la existencia cotidiana”.

Todo el universo personal y social debe estar muy unido, sin dicotomías. Hay que establecer vínculos muy estrechos con toda la creación y, en especial, con la familia más cercana: los seres humanos. Se comparte un mismo ADN, se viene de una misma explosión de amor.

La espiritualidad no sólo se debe nutrir de las experiencias y realidades buenas y felices de la vida, sino también de la realidad de dolor, sufrimiento y muerte que se contemplan alrededor. De la exclusión y opresión de las víctimas que son el verdadero reverso de la historia, el que no se quiere ver. Porque ahí es donde habita de una forma misteriosa pero real la fuente original, quien da consistencia y sustento a la realidad. A quien se llama Dios, con mil nombre diferentes.

Ahí está de una forma muy real, en la marginación, la pobreza, la discriminación, el odio. Y la espiritualidad urge para estar al lado de las víctimas. Es, quizá, la única forma que se tendrá para “salvarse” para renacer. Porque la espiritualidad invita a convertirse, a cambiar.

En referencia a una opinión acerca de su libro Miguel A. Meza B manifiesta lo siguiente: “Es un libro muy abierto. Está escrito desde una visión de fondo cristiana, desde el espíritu de las bienaventuranzas, desde el seguimiento de Jesús. Pero sin que esta tonalidad empañe cualquier otra. Intento hacer realidad lo que vengo diciendo: la espiritualidad es lo que nos une a todas las personas, lo que nos puede ayudar a crear un mundo mejor, desde diferentes creencias, ideas, filosofías, culturas. Todo nos sirve para crecer, para madurar, para caminar juntos en una misma dirección”.

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