La estructura organizacional ayuda a determinar la cantidad de recursos humanos necesarios para desarrollar las funciones de los departamentos, dar orden, evitar confusiones y delimitar claramente las responsabilidades de cada miembro del equipo, contribuyendo en su conjunto, al correcto desempeño de los trabajadores. Autor Anónimo

Las organizaciones tienen un carácter distintivo, llevan en sí un principio de movimiento: de evolución y avance o involución y desaparición. Tal principio interno constituye la esencia de su naturaleza.

Unos pensadores pensaron que -a propósito de lo creado por el humano- su naturaleza consistía en la materia y otros se opusieron al decir que -en verdad- la naturaleza es la forma en que está hecho y cómo cumple su misión. Esto guarda íntima vinculación con lo organizacional: cada organización es una creación humana.

Lo producido por el humano lleva su marca y «es» lo que «es»: 1- por su forma arquitectónica: todo un conjunto estructural material (sede, mobiliario, máquinas, recursos financieros y demás) e inmaterial (intelectual: denominación, principios, valores, misión, visión y más) diseñado para funcionar bajo unos procedimientos de ejecución especificados con la intención de lograr el cometido que justifica su creación; y 2- por su función; entiéndase: es un todo orquestado adecuado a sus funciones, por lo cual (para «ser») ha de estar vivo… ¡funcionando!; lo contrario (que no funciona): no vive, no «es».

De lo anterior el que se haya convenido que la materia no es el ser en potencia, pues una organización «es» ella misma cuando realiza su(s) acto(s): cuando funciona. Quien dude esto, que vaya a la zona industrial de una ciudad y vea las edificaciones abandonadas y se convencerá.

La naturaleza, como principio de movimiento, es una causa final. Todo devenir y toda generación acontece para un fin (la causa formal): la verdadera causa de la existencia de todo lo creado por la acción del humano es la causa final. Entonces, si es así, sólo cabe admitir que la forma no es el principio constitutivo de lo real, sino -porque es el fin al que atiende el devenir- que la causa formal y la final son idénticas: desde este punto de vista, lo creado (p.ej: una organización) se entiende no ya como forma acabada, sino como la acción soberana por la cual la forma se realiza a sí misma en la materia (para entender esto basta ir a la misma zona industrial y mirar las instalaciones de las pocas organizaciones empresariales que están funcionando, que están vivas, que «son», pues no han dejado de «ser» y… se notará la diferencia con las que «dejaron de serlo» y… será fácil comprender y admitir la abstracción aquí expresada).

La naturaleza es el principio interno de movimiento que dirige lo creado hacia la perfección. Si se entiende la noción de «naturaleza» de un modo universal, llamando naturaleza a la causa de todos los fenómenos, se plantea el principio de la finalidad de la naturaleza: siempre persigue un fin; todo lo creado -como es el caso de toda organización- es producido en vista de un fin ya que es imposible que se deba al azar.

El arte humano procede como la naturaleza. El arte la imita; por consiguiente, todo lo que produce existe para una finalidad. Las organizaciones, a diferencia de los seres naturales, son diseñadas para una función determinada, mientras que -por ejemplo- el humano puede ser policía o médico y luego gerente, etc., y su origen y estructuración son independientes de la función que asuma.

Toda organización surge de una deliberación con base en su finalidad. Siendo así, es necesario -para que la acción se dirija a un fin- que haya habido la deliberación. Es evidente que todo trabajo responde a un objetivo: esto demuestra irresistiblemente que lo que se hace tiende a un fin preciso y para ello se requiere la intención refléxica.

Pero lo que debe considerarse ante todo es el diseño de la organización, pues existe en vista de una función y todas sus partes han de responder a ésa: esto se expresa diciendo que son instrumentos al servicio de esa función. Así, la naturaleza aparece como una fuerza ordenadora determinada por un fin. Cierto es que ese fin no siempre se realiza de un modo infalible porque en lo producido por el humano el error y la equivocación en el logro del fin perseguido son posibles y expresan un defecto de la potencia creadora.

Por el principio organizacional interno naturalmente esencial del movimiento evolutivo, se debe vigilar perennemente todo (su materia, funcionamiento y producción) sin dejar brizna al azar: nada dejado a él perdura. Entonces: ¡monitorear estando en expectativa preparada para actuar!

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