Foto: Armando Díaz

Un niño en la Galería Braulio Salazar se desmayaba en medio de las urnas de la consulta nacional. Los gritos y el miedo invadían el recinto, pero con rapidez un grupo de mujeres con cascos azules ingresó al lugar con bolsas llenas de medicinas e implementos para situaciones complicadas. Una era María José Olavarría Rauber.

La señora, de 58 años, lo atendió. De aquella bolsita sacó todo lo necesario para socorrer al pequeño. Una vez acabado el episodio salieron de la galería y se sentaron en unos bancos cubiertos por la sombra de los arboles y en donde habían provisiones: cambures, agua, refresco y recipientes con arroz para almorzar. La jornada del día ameritaba la presencia de personas especializadas en atender emergencias. Los Cascos Azules Cruz Blanca eran los indicados.

Olavarría se sentó en un murito junto a la grama. La misión de este grupo, compuesto en su mayoría por jóvenes, es el de atender a todos los afectados en manifestaciones de calle y enfrentamientos en Carabobo. Estuvieron en Naguanagua cuando allanaron las Residencias Don Bosco y también en El Trigal hace una semana.

Foto: Ángel Chacon

En su día a día es chef, pero su vocación es ayudar como rescatista, actividad que desempeña desde hace muchos años. Es llamada «La Tía» por los 38 jóvenes que conforman el equipo. No tuvo hijos y durante los meses de protesta siente que ellos son parte de su familia. Cada día se los encomienda a la Virgen de Guadalupe para que los proteja con su manto de estrellas.

«Ayudar es algo universal. No hay distinciones ni colores» comentó la mujer mientras se acomodaba el casco. El caso más impactante para ella fue el de Luis Espinosa, el adolescente de 15 años que recibió un impacto de bala en el rostro mientras protestaba frente a los edificios El Tulipán en San Diego. «A él lo curé dos veces, primero en El Shopping y luego en Tazajal». Los ojos verdosos de aquella mujer se enrojecían y soltaban lagrimas al recordar lo que le ocurrió. «El decía que luchaba porque quería conocer la Venezuela que su mamá le contaba; la libre, la pujante.» La última vez que lo vio no dejó que continuara en la protesta. Espinosa sigue en la Chet y ha comenzado a responder positivamente.

Jamás comulgó con la ideología del Gobierno, primero de Chávez y luego de Maduro. El lunes de la semana pasada en El Trigal fue la vez en la que la represión llegó a niveles insospechados para ella. Siempre usa franelas manga larga a pesar del calor, porque así evita el escozor producido por los gases lacrimógenos.

La rescatista recuerda que aquella tarde la Guardia Nacional Bolivariana también tragó bombas y se mostraban cansados. No suelen ayudar al otro lado de las protestas porque ellos se muestran herméticos, pero las raras veces que ha ocurrido se ha percatado de algo inusual que ve en redes sociales y que escucha de boca en boca. «Muchos de esos uniformados tienen acentos diferentes a los nuestros. Son cubanos, por eso no les duele destruir al pueblo». Aquellos ojos expresivos quedaron descubiertos de par en par mientras apretaba sus dedos.

Foto: Angel Chacon

El corneteo y el sonido de los pitos acompañaban el piar de los pajaros de la plaza Fabian de Jesús Díaz en Prebo, mientras más y más vecinos se sumaban para decir «No» a la Constituyente. La fe es su fuerza y sabe que pronto será el fin. Quisiera una «bolita de cristal» para ver el futuro y saber hasta cuándo el país estará con este Gobierno.

En las maletas de un casco azul siempre hay: gazas, yodo, adhesivos, agua oxigenada, alcohol, crema para quemados, cremas antibióticas, cicatrizantes, sueros para limpiar, inyectadoras, medicinas para cualquier dolencia, toallas húmedas pero sobre todo mucha esperanza y es lo que menos pesa cuando les toca correr en una represión, destacó Olavarría con orgullo.

Sus muchachos son la motivación para salir a la calle y arriesgar su vida, para ella la gran enseñanza de este período en la historia es que más nunca el venezolano se dejará engañar por un Gobierno como el que en estos momentos domina el país.

 




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