“Hay un límite más allá del cual la tolerancia deja de ser una virtud”. Edmund Burke.
La tolerancia es uno de los más importantes preceptos de carácter moral y político cuya observancia garantiza la convivencia en un sistema democrático. La tolerancia en las sociedades modernas representa el mínimo consenso social necesario para que un régimen funcione en modo civilizado, renunciando expresamente al uso de la violencia para la solución de los conflictos y de las discrepancias políticas.

Como demócratas que somos hemos tolerado tanto, justamente, por ser demócratas, pero, es tanto lo que hemos tolerado, que corremos el peligro de morir de tolerancia.

Sin embargo, hoy casi nadie cree ni piensa en nada y por tanto, acá se está tolerando todo. Por aquiescencia, por cansancio, o por temor. Quienes todo lo toleran es que nunca han tomado partido por nada, y entonces, cuando despiertan empiezan a sufrirlo todo.

Anotaba Karl Popper en su libro Después de la sociedad abierta. Escritos sociales y políticos: “Temerosos de ser intolerantes, nos inclinamos a extender la tolerancia, como un derecho, también a aquellos que son intolerantes; a aquellos que tratan de difundir ideología intolerantes: ideologías que suponen el principio de que todo aquel que disiente de ellos tiene que ser suprimido por la fuerza; ideologías que llegan a considerar a todos los disidentes incluso criminales.

Éste es, en mi opinión, uno de nuestros problemas más graves, no tanto desde un punto de vista teórico como desde una perspectiva práctica. Y eso me lleva a plantear que, en nuestra lealtad a la idea de tolerancia, corremos el peligro de destruir la libertad y, con ella, la tolerancia.

No quiero dar a entender que se trate de un peligro inminente, pero el ascenso al poder de las diversas dictaduras totalitarias -de Lenin, de Mussolini, de Hitler-, la caída de la Checoslovaquia democrática en 1948 y la invasión de 1968, así como otros muchos ejemplos, demuestran qué puede suceder y cómo puede suceder. Sin duda, tenemos el deber de aprender de estos acontecimientos: tenemos que aprender de la historia y de nuestros errores…»

La tolerancia no llega a bastar, como actitud pasiva, y puede ser tan solo un disfraz de la conmiseración, de la condescendencia, o de la resignación ante lo irremediable.
Por supuesto que es más que razonable, lógica y loable la opinión del famoso sociólogo en cuanto a tan delicado asunto, pero, lo hemos preguntado infinidad de ocasiones, y lo repetiremos tantas veces sea necesario: ¿Cómo ser tolerantes con la intolerancia?…

De esta manera se inició esta lamentable historia hace casi dos décadas cuando este régimen, desde sus inicios, dejó de reconocer la pluralidad de opiniones, pensamientos, convicciones y visiones de cuantos políticamente le adversaron, pasando de aquella grotesca amenaza de “freír la cabeza de los adecos”, hasta la incesante persecución a los medios de comunicación, los sindicatos, las universidades, la Iglesia, los médicos y enfermeras, los empresarios, los ganaderos y agricultores, y con una brutalidad sin parangón, contra el porvenir de nuestra Nación: sus estudiantes.

A medida que se deteriora la situación económica del país y aumenta la resistencia popular al régimen, en esa misma medida ha ido aumentando la intolerancia, la represión, la persecución de sus enemigos y la pérdida de derechos políticos de los venezolanos…
¿Cómo tolerar esa concepción totalitaria, dominada por la arrogancia y la prepotencia de poseer la “verdad” hegemónica, que considera que el adversario debe ser suprimido para salvaguardar la propia “revolución”?

¿Cómo tolerar la violencia puesta en marcha por el régimen contra la Asamblea Nacional, en las calles, en los mercados, en los centros de salud, en las universidades, o contra esa decidida y noble avalancha de muchachos que se niegan con rotunda firmeza y tenacidad a que les expropien el porvenir?

No puede tolerarse tanto daño flagrante; somos constantemente carajeados por la violencia y las mentiras de esta gente. Resulta prácticamente imposible auditar el desfalco, el robo a los dineros de la Nación, la demostrada corrupción, la ilimitada degradación moral… Pero acá, ante tales desmanes, no hay reacción…

Ha llegado el momento de hacer sentir el rigor de un país cansado de atropellos, un país de ciudadanos dispuestos a dejar en claro para la posteridad que este alocado sistema ha sido una amenaza para nuestra forma de vida y que, por ello, no habremos de tolerar absolutamente más disparatadas afrentas al futuro de nuestros hijos.

Lo repetiremos una y otra vez: una tiranía podrá impedir que una persona exprese lo que cree, pero no lo que piense. Y ante tan brutal intolerancia del régimen, en la otra acera, los comprometidos factores democráticos comienzan a percatarse que una cosa es tolerancia y otra es resignación, o ese comportamiento grupal que considera inútil cualquier intento de modificación de la situación (fenómeno también denominado “desesperanza aprendida”) planteándose seriamente ser intolerantes con la intolerancia.




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