Escribo este artículo 3 días antes de la fecha de convocatoria del régimen a elegir los representantes a la Constituyente. Justo cuando termina el paro cívico nacional de 48 horas, atendido por una sustantiva mayoría que vació las calles y dejó en evidencia la orfandad popular de los rojos. Nicolás Maduro propuso en su discurso ante la avenida Bolívar de Caracas –salpicada con parches de gente- un diálogo con los partidos de oposición; y para los que no acudan al diálogo, amenazó con que la ANC dictará una ley para que se sienten y hablen con él (con Maduro, se entiende). El ministro del Interior (me niego a llamarlo de Justicia y Paz), estrenando sus sanciones imperiales, acaba de prohibir las manifestaciones públicas en todo el país, mientras la oposición lo desafía y llama a la toma de las ciudades.

Los hechos se están sucediendo de manera muy rápida, con una atmósfera llena de incertidumbre. La primera pregunta que uno se hace es si el gobierno mantendrá las elecciones para la ANC o las suspenderá para más tardecita. O si se empeña en tener Constituyente contra la voluntad de la mayoría de la población y a pesar de las exhortaciones de buena parte de los países de este hemisferio. Vaya usted a saber, porque puede ocurrir cualquiera de los dos escenarios.

La suspensión de la ANC sería una muestra clara de debilidad revolucionaria, pero puede que una de las intenciones del chavismo sea usar la barajita constituyente para cambiarla por el diálogo y quedarse mandando mientras adormece a los rivales con los discursos de Zapatero & Asociados. Ante esta maniobra, la oposición -lo han dicho varios de sus líderes- tendría que seguir en la calle hasta resolver lo que motivó las protestas hace más de 100 días (o más de 15 años).

En el otro escenario las elecciones se hacen y se elige a unos representantes chavistas. Venezuela amanece el lunes con un emperador (el presidente de la ANC, que debe estar prevenido al bate) y una corte que aprobará lo que decidan el cogollo del PSUV y las FANB. Aquí se diría que el régimen saldría fortalecido y se acabó la República, pero hay otras lecturas. La ANC, aunque Tibisay le regale millones de votos, sería un parapeto elegido por una minoría, cuyo único poder estaría en los cañones de la milicia. La República no se va a perder en esta asamblea de cartón, porque sigue existiendo donde debe estar: en la cabeza del soberano. El efecto, al final, sería el mismo que si se suspenden las votaciones: habrá que seguir en la calle hasta que haya democracia.




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