«La descomposición de todo gobierno comienza por la decadencia de los principios sobre los cuales fue fundado”. Montesquieu .

Montesquieu, en su obra Consideraciones sobre las causas de la grandeza de los romanos y su decadencia explicaba la grandeza de Roma en la igualdad y libertad, en el sentimiento de los militares de ser ciudadanos, y la decadencia en su despotismo. Cuando el Imperio Romano cae, su mística ya había desaparecido. Lo único que quedaba en pie era la ilusión de su grandeza.

La decadencia es el principio de la ruina; es el ingreso en la declinación acompañado por un proceso de deterioro a través del cual las condiciones o el estado comienzan a empeorar. Un signo muy característico de una sociedad en decadencia es que las emociones salen del ámbito personal e íntimo y pasan a arbitrar las relaciones sociales, como son síntomas claros de tal desgracia, el abandono moral y la desidia por avanzar solidariamente, como lo simplifica el poeta argentino Santiago Kovandloff: “La decadencia no implica una vuelta al pasado; implica una condena al presente”.

Se señalan como posibles causas de la decadencia el agotamiento social, cultural y político Hay indicativos que hablan del agotamiento político, cultural o social; al cansancio de voluntades y compromisos y hasta a la falta de confianza que las propias fuerzas individuales.

Que estamos ante un gobierno decadente ya era una noticia que dejó de serlo hace mucho. Que las muestras de cursilería- como lo visto el pasado 5 de julio con el enorme muñeco de plástico, “El Super Bigotes”- llegan al paroxismo del mal gusto, de burda puesta en escena de un teatro del absurdo repleto de necedades, es algo a lo que lamentablemente ya nos hemos acostumbrado.

Grotesco circo sin pan que pretende ocultar las miserias que invaden todos los estratos de la sociedad venezolana. El régimen se empeña en vivir de lo efímero, de lo que fue, pero emulando disparates, pues si aquél se empeñaba, infructuosamente- sin duda alguna- en imitar a Bolívar, éste se empeña en imitar al difunto imitador, haciéndose necesario – y no precisamente para justificarnos – acuñar una expresión de Maquiavelo:.. “Juzgo imposible describir las cosas contemporáneas sin ofender a nadie”.

Y es que este régimen ruin, corrupto, e ineficiente, lleva 22 años dando bandazos, anestesiando a la mayoría del país, incluyendo a buena parte de la clase media, que se repite a si misma que “esto se está arreglando” en tanto se desmantela el Estado; pues es propio de la decadencia de un sistema el enmascarar los daños que provoca, el postergar los correctivos ineludibles, el adulterar la verdad y sobre todo, el corromper el espíritu del ciudadano.

Así las cosas, es tiempo de preguntarnos cómo salir de esta decadencia y devolver el bienestar a nuestra Nación. Seguramente la solución no está en la pasividad, sino en todo lo contrario, en la puesta en práctica del activo de valores cívicos y morales, justo los que están rechazando este sistema que nos ha llevado a este marasmo. El peligroso vacío de valores que se ha ido creando por estos irresponsables nos complica una salida, pero no es imposible puesto que ante cualquier cúmulo de adversidades siempre hay una ventana a la esperanza que se nos abre a la luz del día, a pesar de la obligada penumbra.

Desconocemos la manera de cambiar el carácter de nuestro pueblo, su forma de entender la vida y de llevarla, no que la entiendan por él y se la lleven, pues es momento de salir de ese perverso territorio de la manipulación, la conmiseración y los sentimientos. Pero sí es cierto que como mínimo, este pueblo nuestro necesita muchas dosis de memoria, sensatez, cordura y educación… Educación, por cierto, que en su decadencia, está arrastrando el gobierno.

En 1927 el ilustre valenciano José Rafael Pocaterra publica en Bogotá Memorias de un venezolano de la decadencia; un duro testimonio moral que retrata el estado de inercia y de pasividad del pueblo que aceptaba la dictadura de un hombre cruel e ignorante.

Noventa y cinco años después se hace imperativo reiterar la peligrosa postración y la absurda aquiescencia que estamos observando en el país de lo efímero, en la defección de la memoria, en medio de absurdas medidas y disparatadas celebraciones que nos señalan con crudeza la decadencia de la memoria de los venezolanos.

Manuel Barreto Hernaiz




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