La montaña habla, las piedras suenan. De lo profundo, desde lo más hondo se escucha un rumor que se vuelve estruendo. La tierra tiembla.

El muchacho se despierta y se asusta con el grito de la abuela. Corre el viejo y olvida a la niña, otra mano la asiste, la madre presta y presurosa la lleva a salvo. La tierra llora.

Esta vez los truenos no vienen de arriba, no son las nubes en las alturas las que los producen, llegan de las mismas entrañas del suelo. Truena en las honduras. La tierra suena.

La sucesión de temblores llama. Algo pasa abajo, se acomodan las placas tectónicas y se mueve el gigante de los tiempos que ha despertado en esta tormenta sísmica que estalla como aceleración súbita de latidos desbocados del corazón mismo del mundo. La tierra grita.

Sucede cuando en la superficie chocan los sentimientos y se reagrupan las voluntades.

Mientras más férreo el control funesto más fuerte el movimiento telúrico de corazones y almas. Las tumbas se sacuden y los muertos caídos en las calles se levantan y bailan. La tierra canta.

Saltan los guijarros como granos en molino, se escuchan voces que surgen de las vetas escondidas de metales preciosos y gemas milenarias dejando un mensaje en código de las fuerzas que operan en la profundidad del planeta. El hombre oye, calla y se levanta. La tierra llama.

Hay algo que dice que está llegando el final de una era, aun cuando se escuchan palabras disonantes y se apuran los pronósticos errados de los que dudan. Porque el que habla mucho o mucho escribe poco acierta en estos tiempos y toca actuar más que hablar y toca creer más que dudar. La tierra cambia.

Tiembla abajo, tiembla arriba. Se mueven las rocas, se sueltan las piedras y caen en posta ladera abajo en la serranía. Se fractura el poder de facto, colapsa la estructura de la tiranía. Y aunque molesta al sueño en la noche oscura ya no hay pánico en el sismo, no más gritos ni angustias ante el movimiento de la corteza terrestre que libera energía de lo profundo. Arriba otras fuerzas liberadoras se desatan y crecen. Se proyectan en vectores luminosos de conquista y justicia.

Y la tierra tiembla, sabe a mineral, huele a libertad.




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