Aunque en la primera vuelta de las elecciones presidenciales colombianas las encuestas no estuvieron tan perdidas de los resultados finales, no siempre ocurre de la misma manera. Por el contrario, ya nos estamos habituando a las constantes equivocaciones de estas empresas especializadas en medir la preferencia o el rechazo del electorado en cada evento electoral. Los frecuentes resbalones de esos proveedores que otrora eran una especie de faro que nos anticipaban los resultados electorales, hoy en Venezuela como en otros lugares de nuestro hemisferio, corresponden al pasado.

No sé si en el caso venezolano sus encuestadoras son las más erráticas de nuestra porción geográfica. Esa ubicación la desconozco, como ignoro también si sobre ellas se manejan estadísticas; si son monitoreadas para conocer con cierta propiedad si son asertivas o no lo son. A veces se comportan como una sala de hechicería. Con prácticas y técnicas que se emplean para dominar de forma mágica el curso de los acontecimientos o la voluntad de las persona

Lo que ocurre entre nosotros es algo realmente asombroso; tanto que los conductores de esas empresas constantemente aconsejan,  con una buena carga de autosuficiencia, a los partidos políticos que se revisen para evitar en el futuro caer en errores, excluyéndose ellos de ese examen sin ningún sonrojo.

Uno o dos ejemplos, entre decenas: resulta que en las elecciones de gobernadores del año pasado casi todas las encuestas coincidieron en que la oposición obtendría el triunfo en 15 o 18 Estados; otras más atrevidas llegaron a predecir que pudiera ganar la totalidad de las veintitrés gobernaciones. Al final los pronósticos se dieron al revés: el régimen obtuvo la victoria en dieciocho regiones y cinco las fuerzas de la oposición, solamente.

En las elecciones, mejor dicho, en las votaciones del 20 de mayo pasado los pronósticos fueron tan espantosos que hasta chiste se han hecho sobre sus alocados cálculos. Hay una empresa de mucho prestigio, autoridad de la que ya no puede presumir,  donde el presidente de la empresa apuntaba que iría a votar el 75 % de los electores, mientras el mediático director, el segundo a bordo, días más tarde declaraba por todos los medios y redes sociales, que lo haría solo el 30 %, pues ni siquiera con esa ambigüedad lograron acercarse ni a los resultados inflados del CNE ni a los que se observaba en las calles y centros de votación nacional.

Finalmente, me comentaban, hablando sobre el tema en cuestión, que unas de las razones de tan frecuentes pifias es que estas empresas tienen muchos años manejando el mismo modelo estadístico sin actualizarlo. Tampoco hacen los focus group ni análisis de las emociones del entorno de los encuestados. Asimismo, conforme se ha incrementado la competencia política, las encuestas electorales han dejado de ser un asunto técnico, restringido a los propios encuestadores; o un asunto político, circunscrito a los candidatos y los partidos. En cambio se han vuelto un asunto público, de relevancia para la ciudadanía en general, por lo tanto no son consideradas cualquier empresa privada.

garciamarvez@gmail.com

 

 

 

 

 

 




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