Los habitantes de este país, Venezuela, hemos visto como, aun con todo el poder y la disposición para enfrentar situaciones adversas, es difícil manejar la acumulación de carencias, violencia, y ansiedad, que a diario entorpecen una vida mínimamente cómoda y deseable. ¿Cómo manejarnos en tan complejas circunstancias frustrantes, adversas, a veces dramáticas, y cómo hacer posible ponerlas de nuevo a nuestro favor y control? Veamos…

Una de las fórmulas para avanzar en momentos de tragedias es apartarnos de eso que en la comunicación callejera y popular, ha recibido el nombre despectivo y deprimente de “mentalidades malignas”. Eso es uno de los extremos de la “ubicación” de la gente, cuando se ven agotados, devaluados, y en efecto “marginalizados”, por un fenómeno de descomposición política, económica y social de una nación, como es el caso venezolano del primero y segundo decenio del actual siglo XXI.

Mucha gente, frustrada y adolorida, queda desorientada por largo tiempo, culpándose, o buscando culpables con ensañamiento, sin avanzar con una solución. Pero, otros buscan rápidas salidas ante el fracaso, reinterpretan lo acontecido y la emoción negativa vivida; entonces, lo consideran como un aprendizaje más, como una difícil pero buena experiencia, “pasan la página” histórica con la que se han encontrado, y promueven una solución eficiente. Un paso grande es aceptar, dignamente, lo que ha ocurrido. Pero no todos están preparados para hacerlo. No quedarnos “discutiendo con nosotros mismos”, con argumentos engañosos. Tampoco confrontando con otras personas, sobre si lo que ha pasado es bueno o es malo, sobre si valió la pena, o si hay culpa de “fulano” o “mengano”.

Por otra parte, el tiempo transcurre al empeñamos en negar o subestimar los hechos, al decir que “no ha pasado nada”, o que “nada importa”; o mientras nos declaramos culpables (“pobrecito yo o ella”), o al buscar con ensañamiento a un responsable (“hacer cacería de brujas”). Al proceder de esa manera, no nos quitarnos el peso emocional y sentimental del fracaso. Entonces, ¿cómo aceptar lo ocurrido y eliminar el peso emocional? Para superar la frustración y propiciar salidas beneficiosas, necesitamos que cambie la situación. Desde hace varios años sabemos que esto no es fácil de hacer. Fuerzas complejas se movilizan en el escenario político, económico, social y personal de cada persona y de las conformaciones del país.

¡Dejémonos las excusas, admitamos los fracasos; démonos permiso para ser dignos! No fabriquemos nuevos problemas sin antes reconocer que estamos afectados por otros. Podemos sentir miedos, tristeza o molestia, y no aprendemos a definir en palabras francas qué es lo que nos afecta. Para ello, es útil conversarlo, comentarlo, aunque no seamos precisos y no conozcamos el lenguaje a utilizar… Hay tantas realidades y tantas “verdades” como sociedades y personas existan a nuestro alrededor. ¿Qué podemos sacar de todo esto? ¿Qué beneficio nos aporta? ¿Qué partes de un fallido plan pueden ser cambiadas?
“No nos “ahoguemos en un vaso de agua” es un viejo consejo popular… Eso significa que: ¡Sinceridad y franqueza, con nosotros mismos, son el principio de toda solución en el manejo de las adversidades!




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