Nelson Mandela, el ex presidente de Estados Unidos, Bill Clinton y el fotógrafo, Matthew Willman, quien desde 2003 y durante diez años fotografió infinidad de veces a Mandela por encargo de la fundación. (EFE)

Desde 2003, y durante diez años, el joven Matthew Willman (Durban, 1979) fotografió infinidad de veces a Nelson Mandela por encargo de la fundación que lleva el nombre del líder sudafricano.

Suyas son muchas de las fotos más emblemáticas del último tramo de la vida del histórico presidente, como la imagen de sus manos que ilustró en 2006 la campaña global de Madiba contra el sida o los perfiles serenos y sonrientes -mil veces utilizados para todo tipo de propósitos- del anciano.

Matthew Willman es responsable de una parte importante del material de la Fundación Mandela, ha publicado sus fotos en seis libros y sus retratos han protagonizado exposiciones sobre el padre de la democracia sudafricana en todo el mundo.

Pero es, sobre todo, el autor de los retratos por los que el mundo conoce al Mandela más entrañable, el que promovió, ya en sus años crepusculares, multitud de causas sociales sin dejar de representar la apuesta por la justicia que le caracterizó en todos los campos.

«Creo que estas imágenes tienen un papel importante en la promoción de su legado, de valores como la paz, la reconciliación, la esperanza», dice a Efe Willman, que empezó a hacer con 24 años un trabajo paradójicamente inédito sobre una figura tan mediática.

«Antes de que yo empezara con la fundación solo había imágenes periodísticas de Mandela, de prestigiosos fotógrafos que hicieron grandes retratos, pero mi labor era crear memoria», explica.

Elaborar un material «a través del que Mandela pudiera hablar después de su vida».

«No tenía puntos de referencia porque nadie se había ocupado antes de algo parecido. No estaba atrapado por lo que el mundo veía en Mandela, así que creé mi propia historia», cuenta Willman, que recuerda como su inexperiencia pudo contribuir a la originalidad con la que le retrató.

Además de en la mirada pacífica del que un día fue el guerrillero de apariencia fiera más temido por la Sudáfrica blanca, Willman encontró un aliado inestimable en sus manos.

«De repente me dije: ¡mira esas manos! Esas manos grandes, maravillosas, las manos que han abrazado al enemigo, las que no han podido tocar a su mujer en 27 años, las manos que agarraron los barrotes fríos de las celdas en Robben Island».

Y fue así como las manos de Mandela tomaron el valor icónico que tendrán ya para siempre.

Pese a su bisoñez como fotógrafo, el muchacho que empezó a hacerle fotos a Mandela sabía más del retratado que todos los profesionales que llevaban lustros fotografiándole.

Willman vio por primera vez a Madiba cuando tenía 15 años, poco después de la muerte de su madre y de que le mandaran a estudiar a un internado. Fue durante un acto en la ciudad de Durban.

«A unos cien metros de donde yo estaba un hombre subió al podio. No sabía casi nada de él, pero vi inmediatamente la figura de un abuelo, alguien a quien querer, con quien identificarse», recuerda.

Aquella sensación reconfortante en un momento difícil decidió a Willman a seguir los pasos de Mandela. Durante 18 meses vivió en la isla-prisión de Robben Island, donde Madiba pasó 18 años, acampó en los pueblos de su infancia y conoció el entorno y la cultura de donde venía.

«Tardé nueve años y medio en estrechar la mano de ese hombre», rememora Willman.

«Cuando estás lejos de alguien y finalmente consigues acercarte después de diez años buscas intimidad, como en cualquier relación, quieres que sea real, y todos los años que pasé en los pueblos, en todas partes, me dieron un conocimiento profundo de quién era el hombre», cuenta.

Su foco en el Mandela relajado de la esfera privada, frente al dramatismo periodístico de las imágenes públicas, tiene que ver con una de los grandes atractivos de su figura.

«No eran los grandes momentos públicos, sino los privados, los que me demostraron que el hombre que veíamos en público era el mismo que el que yo veía en privado», recuerda quien pasó horas «mirándole, observándole, aprendiendo».




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