En un país donde se generan, según empresas especializadas en llevar esa contabilidad, más de cuatrocientas protestas diarias por reclamos de lo que por ley corresponde,  no es justo endilgarle al nuestro el cognomento de ser un pueblo resignado y entregado a lo que el gobierno quiera hacer de sus vidas.

El venezolano es un pueblo digno y así lo demostró el 20 de mayo en las votaciones presidenciales,  cuando a pesar de las bolsas Clap, del dinero en efectivo y de las  amenazas de diferentes calibres, los ciudadanos se abstuvieron de participar en esas mascaradas; distinta la conducta de Henri Falcón y del grupo de cosiateros que lo acompañaron en esa deslealtad.

De la misma forma, cuando les echamos una mirada a la situación de orfandad, al perverso mutismo que de unos meses para acá martiriza al 85 % de los ciudadanos adversarios del régimen, nos conseguimos, entonces, en la urgente necesidad de buscarle salida a la crisis interna, que es tan grave o más que los propios trances ocasionados por la política de Nicolás Maduro. Luego, es evidente que este es el más lastimoso de los males. El silencio misterioso y sospechoso que cubre  con su oscuridad a la dirigencia de la oposición. Esencialmente, en el pico capitalino quien es al que le corresponde ser el frente y dar el primer paso para destruir la misión satánica del madurismo y su turba. Esa es la piedra de tranca que no nos permite avanzar y agruparnos con la comunidad internacional, la cual influye con mucha intensidad para conseguir la salida del presidente seleccionado en las elecciones tramposas.

En este sentido, lo perentorio, para sacudirse la modorra, está en buscar de manera urgente la fórmula que permita despejar el camino. Conseguir el piloto que conduzca la nave donde se puedan subir todos y cada uno de sus dirigentes políticos. También, aquel a quien su tripulación lo considere de inequívoca mano firme; con una página de vida pulquérrima.

¿Es posible, entonces, la reconquista de la democracia? Por supuesto. Al mismo tiempo, es innegable que el régimen está en condiciones deplorables, vive los síntomas de la muerte. Es necesario, hoy más que nunca, asumir decisiones precisas; está en juego el destino del país, son veinte años de desgarres, son varias y largas décadas de cargar la cruz.

No es momento de consentir aspiraciones personales, por más legitimas que estas sean. No se trata de tal o cual dirigente, eso es absolutamente irrelevante. Ese no es problema que compete a los ciudadanos cuando la crisis castiga con saña desaforada.

El molino de la dictadura ha triturado sin contemplación, tanto a los que no se han desviado del camino recto, como aquellos que han sido sus colaboradores en algunas circunstancias. Mientras tanto, la figura de María Corina Machado se ha consolidado. Ha cruzado caminos curvos. Ha sabido imponerse con un discurso sin contradicciones, sin ambivalencias. Así es reconocida por los venezolanos y por tantos países extranjeros que desean ayudarnos para librarnos de las crueles garras de la maledicencia comunista.

Finalmente, es forzoso poner de lado subterráneos exámenes microscópicos en rebusque en los más recóndito de las profundidades con el fin encontrar las fallas que nos permitan llevar a la horca a cualquier líder demócrata que despunte. De  hacerlo, sería para beneplácito de las bandas salvajes que tienen su madriguera en Miraflores…

 

garciamarvez@gmail.com

 




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