Cuando los medios de comunicación social establecen una peligrosa luna de miel con los gobiernos de turno, el periodismo pierde su esencia. Este oficio en particular, no se forjó para complacer a las esferas del poder político, económico y/o religioso, sino que debe estar en primera instancia, al servicio de una sociedad que espera de los periodistas honestidad e imparcialidad a la hora de informar sobre la gestión pública; seriedad al abordar hechosque afectan directamente a nuestras poblaciones y, que al ser visibilizados, contribuyen a materializar reivindicacionesdentro de comunidades y movimientos sociales maltratados históricamente por las elites tradicionales.

Sobre esta responsabilidad democrática los gobiernos están conscientes. También lo están del alcance del poder mediático y de las mellas que pueden originar trabajos de investigación periodística, que pongan al descubierto las tramas que en algunos casos se esconden desde la administración pública.

No en vano, desde sus inicios la revolución chavista ha intentado por todas las formas, acabar con quien le adverse desde las páginas de los periódicos, noticiarios de radio, televisión y publicaciones en medios electrónicos. Este es quizá, uno de los escenarios donde han demostrado una efectividad incuestionable.

Se atrevieron con RCTV en 2007. Con decenas de emisoras de radio cuyos equipos fueron confiscados y sus concesiones nuncarenovadas. Con la maquiavélica Corporación Maneiro y el monopolio del papel periódico, que acabó con las versiones impresas de importantes diarios del país, entre ellos El Carabobeño.

El golpe más reciente, el embargo del emblemático edificio de El Nacional, tras una decisión judicial por todos conocida. Estos hechos tuvieron daños colaterales: la desaparición de la importante e internacional producción dramática venezolana, miles de trabajadores desempleados y una sorprendente fuga de talentos. Algunos con suerte, han logrado ingresar a la competitiva industria mediática en Hispanoamérica y Estados Unidos.

Pero el peor de los males que ha dejado esta política estatal es la intimidación y la mordaza. Globovisión y Venevisión no son ni la sombra de lo que fueron. Algunos medios han transformado sus políticas informativas para torear el látigo del gobierno.

La censura y la autocensura están más presentes que nunca propiciada por el miedo. Otras empresashan sido compradas por afines al chavismo y se convirtieron en instrumentos propagandísticos. Los que no se amilanan, sobreviven en un contexto sin anunciantes y con saboteos a sus dominios de internet.

Cobra vigencia la inoportuna cita de Marcos Pérez Jiménez, quien le repetía a Vitelio Reyes, famoso censor nacional de la dictadura lo siguiente: “a ningún periodista se le dice lo que debe escribir, pero se le prohíbe escribir lo que en nuestra opinión pueda ser malo para la moral o el progreso del país”.

Mensaje muy en sintonía con los postulados de Hitler, quien dio instrucciones a su ministro de Propaganda de acabar con todas las radios y periódicos. Solo debían existir los medios oficiales del régimen Nazi. Los demás no tendrían papel, anuncios y si se atrevían a publicar, la orden era destrozar sus talleres y encarcelar a sus periodistas.

En este contexto surge otra gran preocupación: los medios siguen llevando palo y la sociedad civil totalmente inerte. A mucha gente parece no importarle lo que ocurre con nuestros medios. Algunos alegan cansancio en una lucha sin fin que suma centenares de jóvenes muertos en las protestas.

Sin embargo, se les olvida que mientras más golpes reciben los medios, más se socava el sistema democrático y se apagan voces indispensables para mantenernos informados y mostrar las injusticias. Mientras terminamos de despertar, recordemos la advertencia del maestro Antonio Pasquali, sobre los peligros de una sociedad desinformada en una democracia debilitada. No es normal que la gente se habitúe a consumir información falsa de grupos de WhatsApp y de cuentas anónimas en redes sociales, convertidas en cloacas digitales que nacieron como laboratorios de mentiras. Una “ciudadanía” con estas características aterra.

El reto es grande. A los que tenemos espacios como este, seguir educando para que los lectores reflexionen sobre dónde buscar información, en un mundo inundado por basura en el ciberespacio. Los golpes duelen, pero no sorprenden. Han sido consecutivos.

Pero mientras exista el compromiso, el periodismo seguirá siendo incómodo al poder y cumpliendo con las comunidades. Por suerte, se forman en las aulas futuros comunicadores como Katherine Álvarez, una de mis estudiantes de Periodismo de Opinión,quien se aferra a la idea de construir paso a paso un nuevo periodismo y, un nuevo país, convencida de la inmortalidad de este oficio y, de que la terquedad burla cualquier muralla.

 




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