En palabras contundentes lo ha expresado el novelista checo Milan Kundera: “Nunca sabremos por qué irritamos a la gente, qué es lo que nos hace simpáticos, ni qué es lo que nos hace ridículos; nuestra propia imagen es nuestro mayor misterio”.

Vivimos en sociedades muy dinámicas, que «corren» a impresionante velocidad, y que por esta misma condición acumulan mucha historia; en un mundo social y didáctico, activo en mensajes y muestras, con escaso tiempo útil para pensar. Un mundo donde el aprendizaje es permanente y arremetedor, que viene desde cualquier procedencia imprevista, afuera, o sale desde dentro de algún ignorado recuerdo en nosotros. Un aprendizaje que lo moviliza nuestro cerebro, y queda marcado entre dos grandes destinos motivacionales: los logros y los fracasos. Destinos que marcan, para bien o para mal, donde los logros tienen, mayormente, efectos estimulantes. Destinos donde los fracasos pueden dejar una impactante lección: ¡Caer, levantarnos, volver a caer, y alzarnos, con pasos constructivos, de vigor, que maduran nuestra voluntad!

El aprendizaje persiste, a través de logros o fracasos, con el viejo y conocido método del “ensayo y error”. Quizás, el más conocido y practicado de las formas de aprender que haya conocido nuestra especie humana. ¡Y qué buen método! Es el método de probar y ver los resultados, a sabiendas de que no toda prueba garantiza el logro apetecido. Es un método que millones de personas utilizan para probar, comprobar, disfrutar o sufrir, el comportamiento de nuestras emociones. Pero, al menos nos aclara, si fallamos, cuáles son las acciones que no debemos repetir.

Un método de trabajo sencillo, pero completo, que al mismo tiempo nos permite ver cuáles pueden ser las formas eficientes de desarrollo de nuestra actividad. ¡Porque fracasar y dejar huellas, nos enseña el valor de la reiteración! “No fracasamos cuando caemos, sino cuando una vez caídos imploramos auxilio en actitud implorativa y sumisa”. ¡No ha fracasado quien se pregunta cómo y cuándo levantarse, por sí mismo, para comenzar de nuevo! Nunca ha fracasado, tampoco, quien se pregunta cómo y por qué fracasó; y busca, inquieto, qué debe hacer para continuar.

¡El fracasado queda allí, casi inservible, casi tirado en el camino que intentaba caminar; caído, “echado” y “frustrado”, sin levantarse! Con “cara de verdadero fracaso”, y viendo al mundo desde abajo, como si implorara, sin idea de qué es lo que viene enseguida.

Al contrario, otro es el cuento y el destino de quienes logran, de quienes acaban de llenarse del éxito: En ellos y en ellas, una cara de optimismo nos contagia. Hay optimismo en quienes tropezaron; tal vez cayeron, pero se alzan muy rápidamente, listos para continuar: ¡Ellos y ellas ganaron el derecho a seguir probando todas las oportunidades que el mundo, a través de sus vidas, puede ofrecerles! Así se mueven las emociones humanas, así se conocen los riesgos; así se alcanza el futuro: ¡Entre éxitos y fracasos!




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