Star, fuiste mi amor de toda la vida. Hoy se está cumpliendo un mes de tu partida a la Casa de Señor, afirmo esta realidad por cuanto durante tu vida terrenal viviste y demostraste una gran fe, la cual conservaste hasta tus últimos momentos. Fuiste Mariana desde tu niñez y tu advocación preferida era: La Virgen de Guadalupe. Que estuvo a tu lado hasta el momento de tu viaje a la eternidad. ¡Que enseñanza tan significativa nos distes a todos los que conformamos tus entornos: familiar, social, profesional y laboral! Gracias mi amor.

Ante la muerte de mi amada esposa Star, la cual yo la llamada por respeto y cariño: “mi mujer”; me siento destrozado emocionalmente. Fueron más de seis décadas en una unión feliz y provechosa para ambos. Jamás hubo confrontaciones severas, nuestras desavenencias -naturales en toda la relación matrimonial- siempre las resolvimos con deseos de que no se repitieran nunca jamás. Y, con un estilo que ninguno de los dos se sintiera perdedor.

Nuestros primeros contactos visuales, ocurrieron cuando apenas éramos unos adolescentes. Establecimos casi sin darnos cuenta una bella relación afectiva que permaneció toda la vida en el tiempo de tu existencia y seguirá hasta la eternidad. Fueron cinco años de encuentros relámpagos, señales desde la esquina y papelitos arrugados que nos intercambiábamos con mensajes llenos de mucha dulzura y sobre todo con nuestras primeras manifestaciones de amor verdadero, esos mensajes escritos no debían ser vistos por los vecinos o amigos. Que recuerdos tan bellos de ese lustro de “amistad-noviazgo”.

Comenzando con nuestra edad adulta decidimos casarnos, contra toda oposición de nuestros padres y madres, los cuales manifestaban reiterativamente que estábamos muy jóvenes, para asumir esa compleja responsabilidad compartida. La decisión de contraer matrimonio tenía las bases tan sólidas que convivimos felizmente en casi seis décadas de unión conyugal.

El primer año de matrimonio, como solía suceder en aquellos tiempos; era de conocimiento personal y adaptación a la nueva vida de pareja. Y, por supuesto con la llegada de nuestro primer hijo: José Gerardo. Los siguientes dos años todas las expectativas estaban centradas en el crecimiento y sociabilización de él y el nacimiento de nuestra próxima hija: Mayhella. Ellos fueron creciendo y desarrollándose. La formación académica de calidad siempre fue nuestro objetivo y ambos nos dieron muchas satisfacciones por cuanto los dos obtuvieron título a nivel superior. Fueron momentos estelares en nuestro matrimonio y siempre los recordábamos con mucha alegría y satisfacción. Y tú mi amor, siempre fuiste el motor que movió las emociones y comportamientos de ellos.

Ambos se casaron y por supuesto nos crearon nuevas expectativas: ¡ser abuelos! De José Gerardo vinieron los nietos: Miguelángel (Chef de Cocina, con experiencia internacional) y Andrea, Odontóloga egresada de nuestra querida UC. Nicolita (como solía llamarla mi mujer) hija de Mayhella, se encuentra en Madrid, haciendo sus estudios superiores. De Miguelángel tenemos un bisnieto: Milán, quien nació y vive en Noruega. Tu, mi amor, añorabas que te lo trajeran para abrazarlo y apurruñarlo. Sin conocerlo físicamente varias veces soñaste con él.

Todos estos acontecimientos contribuyeron a solidificar nuestra unión y reafirmar tanto los buenos valores y principios personales como los familiares, cuya base fundamental eran las columnas de la fe cristiana, de cuyos escenarios tú eras una verdadera líder, no solamente a nivel familiar, sino también comunitario y laboral. Todos, tanto familiares como extraños te respetaban y admiraban por tus cualidades de buena gente. La gran cantidad de manifestaciones de pesar que hemos recibido lo corroboran.

Tu entusiasmo y alegría en nuestras reuniones familiares jamás serán olvidadas. Recuerdo imperecedero, por allá en las navidades de la década de los 80; fue tu grupo navideño denominado “La Parrandita” -que lo tuviste operativo por muchos años-, donde fueron miembros del mismo, familiares y no-familiares, adult@s, adolescentes y niñ@s. En estos días de aciago, muchas de esas personas lo han recordado con mucho cariño y nostalgia. ¡Que bellos esos días, mi amor y que feliz te sentías!

Nos enseñaste y así lo hemos aprendido y nunca se nos olvidará, querer y amar la navidad. La cual constituía para ti un tiempo excepcional y sobre todo que había que disfrutarla con toda la familia. Que bella lección. Como gozabas y planificabas el proceso de la elaboración de las hallacas, la integración del grupo familiar completo en esos menesteres. Esos 25 de diciembre con la llegada de San Nicolás para todos nuestros hijos, nietos, sobrinos y demás allegados. Como los gozabas. Que felicidad irradiabas a todos.

Concebías la navidad como un tiempo de amor, paz, caridad, justicia, comprensión, respeto y acción positiva. Y eso era lo que tu brindabas a todos sin excepción de ningún tipo.

Este viaje tuyo es mi nueva realidad, es algo que no se puede superar de la noche a la mañana. Señor, siento que es un dolor inexplicable, es sentir que una parte de mi vida se escapa para siempre, ayúdame a entender y aceptar tu voluntad, se que es la Ley de La Vida: nacer y morir.

“Hija, como solía llamarte en el seno familiar; no hay distancia que separe nuestro amor sincero. Eternamente tuyo”




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