Asedio
Miembro de la Policía Estadal lanza piedras a encapuchados que sostienen escudos en las cercanías de la avenida Universidad. (Foto: Armando Díaz).

Desde las 11:00 a.m. de este lunes 12 de junio un grupo de encapuchados, portando escudos de madera y metal con letras que decían «S.O.S», impedían el libre tránsito en la avenida Universidad en todos los sentidos. Eran flacos, pequeños, pero querían luchar, una emoción que los llevó a tomar piedras y arrojarlas contra la 41 Brigada Blindada, justo en la misma caseta donde meses atrás una molotov quemó el módulo.

Una parte de este grupo de jóvenes gritaba a sus compañeros que se detuvieran, otros ignoraban el llamado y avanzaban. Era como una guerra de Carnaval en la que las bombas de agua eran reemplazadas por piedras. Se estrellaban contra los vidrios, contra el suelo y las rejas color amarillo que dividen la brigada de la avenida principal.

En un principio eran sólo tres soldados del Ejército quienes devolvían las piedras a sus contrincantes, con las manos. El enfrentamiento en un principio apático, se caldeaba con el paso de los minutos. Luego de tres cuartos de hora, los refuerzos del Ejército llegaron. Era la Guardia Nacional Bolivariana, con sus armas y escudos. Desde la avenida Universidad, en motos y camionetas, venía la Policía de Carabobo, con sus chalecos antibalas y sus camisas azules.

Los manifestantes sostenían cohetones en sus manos y en la otra escudos. Hicieron una barrera para evitar impactos en sus cuerpos, mientras una camioneta de la Dirección de Inteligencia y Estrategias Preventivas (DIEP) aceleraba. Una estela de humo, un silbido y una explosión se sintió muy cerca del vehículo blanco.

LA BRIGADA

Aquel enfentamiento tenía cadencias. Unas altas y otras bajas, por minutos hubo calma. Los gritos e improperios venían de un lado y del otro, pero en un momento los miembros del Ejército abandonaron su cuartel y abrieron la puerta que los dividía de la zona dominada por el enemigo. Las armas para reprimir fueron visibles, el sonido de los perdigones aturdía a los espectadores que corrían en dirección a Naguanagua. Una sola bomba lacrimógena salió del Fuerte Paramacay, pero no afectó a nadie. El humo no ahogó a los manifestantes ni a los militares, nuevamente quedaban a la espera del siguiente movimiento. Los uniformados retrocedían y los manifestantes se apoderaron de un escudo negro perteneciente a los guardías. «Ven a buscarlo, se te quedó algo por aquí».

De aquellos chalecos antibalas colgaban hasta seis bombas lacrimógenas

Llegaban más refuerzos, la policía estadal aprovechaba el momento para desplegarse y apoderarse del territorio controlado por la resistencia. Había una emoción peculiar en los ojos de los funcionarios. De aquellos chalecos antibalas colgaban hasta seis bombas lacrimógenas, mientras en cajas pequeñas había otro tipo de artefactos explosivos: redondos, negros y con el nombre Cavin grabado en ellas.

Se escondían detrás de los árboles y también lanzaban piedras. Algunos llevaban pistolas en sus fundas. Los cohetes de los encapuchados explotaban muy cerca de los uniformados, quienes no retrocedían, no se doblegaban. Dispersión, menos cámaras y celulares de civiles grabando. Una cuadra antes del Centro Comercial Omnicentro, un grupo observaba con cautela. Un oficial montado en una moto naranja le ordenó a otro que lanzara bombas en dirección a los civiles. El hombre sacó aquel artefacto cilíndrico, color gris con tapa roja, y lo arrojó en la grama muy cerca de la quebrada, pero no explotó. La gente ya se había preparado para correr, pero al ver que la bomba no detonó la ira e indignación brotaron.

FUEGO ABIERTO

«Asesino, aquí hay menores de edad. Eres un asesino, nos quieres matar. Ustedes son los malandros, ustedes son asesinos uniformados», comentaba entre gritos una mujer con un niño de cuatro años, que parecía quedarse afónica mientras sus ojos ardían producto de los gases lacrimógenos.

El enfrentamiento continuaría por más de dos horas

Hubo un nuevo período de calma, pero aquel portón que permaneció cerrado se abría para dar paso a más de 35 motos de la GNB. Una marea verde salía de la Brigada Blindada y se combinaba con la marea azul oscura de la policía estadal. En aquel instante hubo una breve retirada de los encapuchados mientras ambos cuerpos de seguridad avanzaban hasta casi uno de los portones del edificio Don Bosco. Les arrojaban bombas lacrimógenas, piedras y disparaban. El pavimento estaba cubierto por piedras y pedazos de ramas. El enfrentamiento continuaría por más de dos horas, la guardia retrocedía y mantenía distancia. Era nuevamente un asunto de la estadal, cuyos miembros decían en voz baja «Ellos deberían salir también, nosotros les estamos haciendo el trabajo».

Tras dos horas de un enfrentamiento que no daba frutos, cerca de las 5:00 p.m. los motores de las motos de la GNB se encendieron, luego del sonido de un silbato manejado por un estadal. Era la señal que esperaban, ya no jugarían más. Supuestos fotógrafos, al parecer del Sebin, se dedicaban a retratar a los manifestantes. Ellos también cooperaban arrojando objetos y amenazaban a todo aquel que los capturara en imágenes.

DON BOSCO

Una estampida de motos arrancó su marcha. Los espacios se perdían ante tantos funcionarios. El ambiente había cambiado. Los gritos volvieron a estallar, iban directo a las residencias Don Bosco. Los funcionarios de la Policía de Carabobo y de la GNB reventaron el portón, daban patadas, lanzaban bombas e ingresaban en propiedad privada, algo prohibido por ley. Eran más de 150 funcionarios, unos entraban en el conjunto residencial y en la calle otros capturaban dos menores de edad y un adulto.

El hombre vestía camiseta naranja y los menores franelas vinotinto y amarillo. El primer menor sangraba por la sien, el otro en por el hombro.

Una camioneta pick up los esperaba. Allí los montaron junto a una mujer, también detenida, cuyos lentes y gorra fueron destrozados por un enfurecido funcionario de la Policía de Carabobo, que la insultaba y entre risas pisaba las pertenencias que, posteriormente, le arrojó al vehículo.

A su paso por las residencias Don Bosco, los uniformados destruyeron gran cantidad de vehículos, se calcula que unos 30, dentro del estacionamiento. Habían vidrios rotos y enormes agujeros en donde se suponía estaban los parabrisas. Casi dos docenas de personas fueron detenidas y otras resultaron heridas. Se repetía la historia del sector ocho de La Isabelica.

El enfrentamiento continuó. Las bombas eran arrojadas a los civiles, a sus casas. El humo entraba por cualquier ventana u orificio. Varios edificios fueron afectados por la represión, a la que siguieron los allanamientos. Hasta las 9:30 p.m. se mantuvo el asedio en una calle de La Granja, en Naguanagua.




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