…»El miedo, como densa niebla, sigilosamente va bajando de la montaña, cubriendo todo y penetrando hasta las casas. De ciertos hechos, incluso entre quienes parecen incondicionales del régimen, sólo se habla en voz baja y con los de mayor confianza. No tanto como lo que experimenté en Cuba hace 25 años, pero ahí vamos»…
Padre Luis Ugalde

El concepto de miedo es definido en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua como… «(Del latín metus) Perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. Recelo o aprensión que uno tiene que le suceda una cosa contraria a lo que desea… El grande o excesivo. Insuperable. El que, imponiéndose a la voluntad de uno, con amenaza de un mal igual o mayor, le impulsa a ejecutar un delito; es circunstancia eximente de responsabilidad criminal».

Afirman sus estudiosos que el sustantivo miedo no tiene verbo, de tal manera que cuando se quiere formarlo con él, es necesario recurrir a la circunlocución «tener miedo»; la forma culta del verbo es temer, y el correspondiente sustantivo, temor. El miedo lleva al odio, el odio lleva a la ira, la ira lleva al lado oscuro de la fuerza, que es el lado oscuro de la vida.

El miedo puede definirse como un sentimiento, estado afectivo o sensación que provoca una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o un mal que realmente amenaza, o incluso por males y riesgos sospechados o imaginados.

Para los psicólogos, el miedo, es una emoción que reconocemos a través de una serie de cambios fisiológicos relacionados con el sistema nervioso autónomo y el endocrino, su sentido básico es el de protección ante estímulos peligrosos, pero el ser humano, por su forma de vida, saca de contexto el carácter innato del miedo y lo versiona en estados similares sin esa función protectora.

Todos los seres humanos todos lo hemos experimentado. Algunos logran vencerlo, otros controlarlo, otros viven con él, muchos mueren sin vencer nunca sus miedos.

Hannah Arendt, en su obra de obligatoria lectura «Los Orígenes del Totalitarismo», sostenía que el miedo, inducido desde el poder, paraliza a las sociedades, las anestesia, insensibilizándolas ante la «banalidad del mal»; y establecía una diferencia cualitativa importante entre tiranía y totalitarismo: la tiranía produce miedo, el totalitarismo produce terror.

El miedo puede producir acción, individuos que actúan, hay algo político; pero el terror produce parálisis. Y en nuestro país se pretende judicializar a los opositores. Y aún más allá: ante la “justicia militar” .

Actualmente, más que vivir a la defensiva, vivimos con miedo. Miedo a expresarnos libremente y miedo a escuchar lo que los demás tienen que decir. Miedo a reunirnos, miedo con los whatsApps,  twitters o llamadas telefónicas…

Lo hemos visto y sentido particularmente en nuestra ciudad, donde se pretende el sometimiento a la obediencia de la ciudadanía mediante la coacción, y el amedrentamiento para que no pueda organizarse, utilizando, para tratar de alcanzar sus nefastos objetivos, esas lecciones que dejaron regímenes totalitarios del pasado siglo: el miedo a la represión. Miedo a los castigos físicos y morales. Miedo a ser expulsado del puesto de trabajo. Miedo a ser despojado de su propiedad. Miedo a la cárcel. Y esto sucede porque el régimen emplea toda su maquinaria en disgregar las fuerzas que puedan poner en peligro su autoridad.

Se ha dedicado a la fragmentación de cualquier esfuerzo unitario independiente que se pueda producir. Por eso echa mano de la represión para controlar y destruir a sus oponentes, en cuanto sujeto y organizaciones, y para neutralizar al resto de la población; para inhibir la rebeldía potencial de la gente y de todos aquellos que puedan sentirse identificados con algún aspecto de las víctimas de la represión y expresar solidaridad. Frente a eso se impone romper el miedo y seguir luchando. No hacerlo será dejarle el campo abierto al modelo de dominación que nos conduce por tan nefasta senda

La supervivencia de este perverso régimen exige mecanismos que, por la amenaza o el uso de la fuerza, consigan extender el miedo entre quienes se quiere mantener bajo control. La extensión del miedo busca paralizar las intenciones de cambiar la realidad que vivimos.

Uno de los peores enemigos de la democracia es el miedo y el síntoma más elocuente de su vitalidad es la libertad. Miedo y libertad no pueden convivir. Sin libertad no hay democracia y cuando llega el miedo, se ha iniciado el camino que conduce al totalitarismo.

Una sociedad que se fundamenta en el miedo no puede ser democrática. Además, el miedo es seguido de una acción social conformista que conlleva a la cobardía como comportamiento social inhibitorio de la conciencia y la voluntad de participar en acciones propias de la democracia.
Cuando una sociedad empieza a ser dominada por el miedo, se empieza a tomar el camino hacia un régimen totalitario, y no sólo de los poderes públicos sino también el control del pensamiento colectivo.

El miedo, como elemento coercitivo, va logrando sus pretensiones, ante esa evidente sumisión. Nuestro miedo es su victoria. A la vez el miedo que implanta el régimen, facilita la aceptación de cualquier maniobra que se ejecute para garantizar la seguridad. Por ejemplo, apoyándose en el miedo y la necesidad de seguridad, desde todos los estamentos gubernamentales se señala como una amenaza social a todos cuanto se atrevan al mínimo intento de disentimiento ante tanta represión, corrupción y autoritarismo.

En el ambiente que nos toca vivir, de temerosa incertidumbre y obscuridad, hay que conservar la luz que genera lucidez, que ilumina los caminos arriesgados que hay que recorrer, si no con certidumbre, al menos con dignidad. Ni el miedo, ni la resignación, ni la depresión y menos aún la desesperanza deben ser componentes de la vida de los venezolanos.

Ya para concluir, de un viejo libro -Tratado del Rebelde-, del alemán Ernst Jünger, extraemos: «En el seno del gris rebaño se esconden lobos, es decir, personas que continúan sabiendo lo que es la libertad. Y esos lobos no son sólo fuertes en sí mismos: también existe el peligro de que contagien sus atributos a la masa, cuando amanezca un mal día, de modo que el rebaño se convierta en horda. Tal es la pesadilla que no deja dormir tranquilos a los que tienen el poder».

 

 




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