Alvaro, Natacha y Orlando son buenos amigos. Sólo que la vida los colocó en posiciones distintas y hasta contrapuestas en los últimos tiempos.

Alvaro es un influencer de mediana influencia, maneja muy bien las redes sociales como todos los millenians, además con el curso de comunity manager elevó su nivel, hasta el punto que llegó a asesorar a más de un aspirante a celebridad y en su portafolio se cuentan prometedores artistas, algún deportista profesional sin contrato multianual y por supuesto a jóvenes políticos emergentes.

El vive la mitad del tiempo en un país lejano y la otra mitad aquí. Este activista de la social media se destacó un tiempo por ser un buen comunicador. Recibía muchos RT cada vez que comentaba algo del régimen, de la reiterada violación de los derechos humanos, de las condiciones de vida en su país, de la lucha de la resistencia. Siempre dirigía su artillería digital a los personeros rojos, desde los tiempos del incontinente insultador, luego de sus interminables cadenas, hasta hace poco, aunque intermitentemente, cuando veía en la televisora oficial el bochornoso espectáculo del obeso bailarín moviendo torpemente las piernas con una dama de amplios pliegues de flores marchitas. El hace tiempo dejó de creer en el cambio porque piensa que todos los políticos son iguales. Hasta llegó sin éxito a intentar crear un movimiento de opinión llamado “Los Rabiosos”. Poca gente lo siguió, su rabia aumentó.

Natacha es una muchacha más discreta. Ella es nieta de emigrantes europeos y hace poco también emigró. A veces piensa que ese es el destino de familia cuando escucha historias de los inicios de la postguerra y de los conflictos vividos que obligaron a los suyos a salir huyendo de la bota militar comunista que pisaba a la Europa Oriental. Ellos al llegar a Venezuela fueron acogidos sin reserva, prosperaron en un país de oportunidades, se adaptaron, se integraron e hicieron algo de fortuna. No obstante nunca estaban conformes. Les molestaba la informalidad y la viveza criolla. En sus conversaciones eran frecuentes las quejas y reproches a quienes amaban el facilismo, el bochinche y la renta petrolera. Por supuesto eran otros tiempos. Por ello Natacha es una avezada crítica. Y ahora más que nunca. Este pueblo ya no tiene orgullo, perdió la dignidad, se le ha leído escribir.

Orlando por su parte es un soñador. Uno de esos seres que andan por allí compartiendo sus causas y sus cuitas. Es lo que podríamos describir como un perfecto idealista. Un avenger en lucha titánica contra las ilusiones marchitas y las esperanzas rotas. Un remendador de espíritus, aunque a veces el propio necesite más de una puntada en su rasgada vestidura.

No deja de pensar en cómo hacer para que la realidad de Venezuela cambie. Últimamente le ha costado más, tanto que ha dejado de escribir y se ha dedicado a trabajar en un nuevo plan. Uno en el que se reúnen voluntades y talentos, deseos y motivaciones para insistir en el camino del cambio y la reconstrucción, aunque para muchos sea la ingenuidad de una causa perdida la que signe los pasos de su camino y la propia prosa de su vida que a veces surge a cuenta gotas del tintero mismo del alma.

 

En estos días los tres tuvieron un encuentro en el Chat. Todo comenzó por un mensaje de Orlando que invitaba a salir a la calle el próximo 16. Inmediatamente Natacha le fustigó y poco después Alvaro lo sentenció llamándole pseudo opositor. Orlando respiró profundamente. No tenía que dudar de la buena fe de sus amigos, aunque estaba en desacuerdo con sus posturas. Él ya había decidido salir esa mañana y nada ni nadie quebrantaría su convicción.

Y llegaría el día. Ya en la calle se encontraría con muchas caras conocidas. Otras nuevas se presentaban con sus rostros sudorosos y expresiones marcadas por la adrenalina y las ganas. Cerca del mediodía, caminando sobre el asfalto caliente, transitaba por la misma esquina que tantas veces lo vio pasar. Donde florecieron sueños libertarios que compartió con aquellos que iniciaron las marchas en un abril ya lejano de principios de siglo.

Allí en la multitud creciente creyó ver a Natacha. Al acercarse presuroso con la convicción de que ella estaba allí fue delatado por su sorpresa ante el gesto de la joven que extrañada le miró sin decir palabras. Disculpándose confundido se alejó mientras vivía su propio déjà vu, un reflejo de otros tiempos, de otras vivencias en viejas concentraciones esplendorosas. Al final pensaría, la causa es la misma, aunque cambien ahora escenarios y actores.

Orlando siguió caminando bajo el sol de Noviembre. Ya no eran los mismos de siempre los que le acompañaban. Pero las calles de llenaban de colores y esperanzas una vez más. En sus anhelos escondidos albergaba la búsqueda de sus viejos amigos. Quizás, más temprano que tarde, volvería a encontrase y a coincidir de nuevo en esas causas y esas cuitas con los viejos afectos que jamás se alejaron del albergue de sus sentimientos. Al final, la ilusión estaba intacta y la llama de la lucha por la libertad se avivaba una vez más, en otros tiempos en el mismo lugar.

 




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