Rosana Casadiego no ha recibido ningún trato especial por parte de los encargados la estación de servicio subsidiada Michelena, a pesar de que lucha contra un tumor cancerígeno en el cerebro que le ha causado complicaciones visuales y auditivas.
Aunque Rosana ya tiene ocho meses surtiendo en esa bomba, y su caso es bien conocido por sus compañeros de fila y los coordinadores de la gasolinera, en las últimas ocasiones ni siquiera le han aceptado el informe médico que no ha podido renovar por el riesgo a contagio de COVID-19 que existe en los centros de salud. “Nosotros con un sistema inmunológico tan vulnerable no podemos estar metidos en clínicas y todas las consultas las tengo que hacer vía telefónica”.
Los únicos que se han solidarizado con Casadiego han sido los usuarios de la placas 1 y 2, quienes siempre le guardan un puesto en la punta de la cola a ella y otras dos personas con enfermedades crónicas. Sin embargo, si Rosana no se encuentra en la fila a la hora del conteo, que suele ser en las noches, no hay puesto guardado que valga. “En varias oportunidades las autoridades nos han sacado de la cola y a los casos sociales”.

A todo riesgo
La situación obliga a la paciente oncólogico a permanecer largos periodos en la hilera de vehículos, contradiciendo todas las sugerencias médicas para el cuidado de su salud.
Actualmente su tratamiento incluye clonazepam y otros anticonvulsionantes que la mantienen dopada. Además de luchar contra el sueño de los medicamentos y el desgaste físico que generan las colas por gasolina, Rosana tiene que pasar el día persiguiendo la sombra que la proteja del sol. “Es mi principal enemigo. Después de una convulsión que afectó mi nervio óptico, la retina de mi ojo derecho quedó expuesta y el sol podría causarme la pérdida total de la visión”.

Necesidad imperiosa
Para Casadiego es imposible evadir la impotencia. Siente que sus derechos son vulnerado pero no tiene otra opción: la gasolina es una necesidad imperiosa para una madre soltera y con cáncer. Aunque el hijo la atiende, es ella quien hace las compras de alimentos y medicinas para su hogar con su vehículo, porque en pandemia no se atreve a usar el transporte público con un sistema inmunológico tan débil.
Otra preocupación de vida o muerte ocupa la mente de Rosana: que surja una emergencia médica y deba trasladarse a un centro de salud lo más pronto posible. “Nosotros vivimos en Tocuyito y requerimos gasolina por cualquier emergencia. Uno no sabe, ni Dios quiera, en qué momento me pueda sobrevivir una convulsión. Y allí sí es verdad que hasta allí llego”.
La mujer hizo un llamado a las autoridades para que se sensibilicen frente a los casos sociales como el de ella. “Mi informe ciertamente está vencido, pero mi enfermedad no. Espero que estas personas tomen consciencia sobre los casos especiales”.