La política, predio racional por excelencia, no está exenta de las muy humanas motivaciones. Entre ellas las pasiones que rivalizan con y frecuentemente vencen a las razones. Que así sea no es ilógico sino todo lo contario, pues la política es esencialmente humana como menester, argumento resuelto desde hace unos dos mil trescientos años aproximadamente por un señor llamado Aristóteles, para quien el hombre, léase el ser humano, es zoon politikon. Animal político o animal cívico.

Nada tiene de raro que la complejidad del proceso político y su afán de orden, convivencia y progreso entre quienes no pueden vivir solos pero no saben vivir con otros, generen impaciencia que desemboque en desesperación o desesperanza. A este fenómeno ayuda más de un político y atizan competidores varios como aspirantes, factores de poder y actores que se sienten o efectivamente están, insuficientemente representados en el sistema. Ahí viene la oportunidad para la antipolítica que cobra influencia y gana espacio con los populismos, para lo cual recibe la colaboración, no necesariamente intencional, de las redes sociales.

Hay populismos de izquierda, de derecha y a menudo unos que mezclan a conveniencia ingredientes de ambos. No es que la antipolítica populista sea cosa ideológica, pero tampoco puede afirmarse radicalmente que le sea ajena.
Prejuicio es literalmente, “acción y efecto de prejuzgar” u “opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal”. En la antipolítica populista importa mucho el prejuicio, porque se alimenta de él y lo alimenta a conveniencia.

Prejuicios ideológicos, sociales, nacionalistas, raciales, culturales, religiosos. ¿Ejemplos? La intrínseca bondad o maldad de la acción económica pública o privada. Superioridad o inferioridad de una raza. Sospecha ante el forastero. Clasismo, discriminación o confrontación. Militarismo o antimilitarismo. Abonos de dilemas amigo-enemigo.

El prejuicio nubla la visión de la realidad, así limita severamente su comprensión. Repudia la diversidad como natural e impide la percepción de la complejidad. Prefiere reducir y simplificar. Nada eso sirve para la política que opera en realidades y reconoce lo diverso y lo complejo para poder intentar hacer su trabajo de equilibrar, ordenar al desarrollo la convivencia. Puede manipular, pero no liderar, legislar o gobernar. Porque el poder no se agota en mandar o en proyectar, debe servir. Si no, no sirve. Está probado.




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