Seguimos en el tiempo de Navidad y ahora, después de la celebración del nacimiento de Cristo, una semana después, justo el primer día del año, toda la Iglesia Católica venera la memoria de la bienaventurada siempre Virgen María con la solemnidad de la “Madre de Dios”. Comenzar el año civil con esta fiesta es significativo porque es una celebración materna, familiar. Se desea así que todos los seres vivientes tengan la oportunidad de estar reunidos con un sentido de fraternidad. La Sagrada Familia encontró algunas dificultades en el momento del nacimiento de Jesús. No encontraban un lugar tranquilo para que María diera a luz, hasta que consiguieron un establo, pequeño y discreto, no propiamente lo adecuado para la ocasión, pero era lo que había a disposición, y allí vino al mundo el Salvador.

Los evangelios relatan que María envolvió al Niño en pañales y lo colocó en un pesebre, es decir, en el lugar del establo donde comían los animales. Se esmeraron, seguramente, por limpiar bien todo aquello. Y así, la primera cuna del Divino Niño, fue una humilde morada. Mientras todo esto sucedía, Dios se había manifestado a unos pastores, que estaban por allí cumpliendo una guardia. Se les reveló que había nacido Jesús y fueron presurosos a aquel lugar. Encontraron a María, a José y al Niño recostado en el pesebre. Ellos confirmaron en ese momento todo lo que Dios les había dicho y dieron testimonio a las demás personas, quienes se maravillaban de todas las cosas que escuchaban de ellos. De esta manera, fueron mucho los que se llenaron de alegría por este nacimiento.

El evangelio de Lucas dice que María, la madre, observaba con atención y conservaba todo en su corazón. No debió haber sido fácil digerir los eventos tan extraordinarios que se les presentaban. Aún así, la familia santa dejaba que Dios les guiara en la historia. Los pastores, por su parte, regresaron a su casa glorificando a Dios por todo lo que habían visto. No era para menos, pues fueron testigos del evento más espléndido de todos los tiempos.

María y José, después de ocho días de todo aquello, cumplieron con lo que estaba previsto según la cultura judía: llevaron al Niño al templo para circuncidarlo. Le pusieron el nombre de Jesús, que significa “Dios salva”. Ese particular también se los había dicho el ángel. Así, se colocan en continuidad con la historia de la salvación, pero tendrían que pasar algunos años para que los hombres conocieran otros eventos de la vida de Cristo. Mientras tanto, seguimos contemplando el misterio del Niño colocado en el pesebre.




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