Es verdad que Lenin decía que los hechos eran tercos. Y las realidades son sumatorias incontables de hechos. No se las puede cambiar, así como así, como por arte de magia… Hasta cierto punto, él las pudo cambiar en su vasto mundo plurinacional –como se diría ahora–, pero no así como así. Fue un proceso de calado histórico, y fue en esfuerzo colectivo que tuvo uno de los más elevados costos humanos en toda la historia. Lo que jamás hubo en él y entre los suyos fue resignación.

Esta especie de intro, un tanto dramática, viene a cuento, de alguna manera, porque ya se aprecia la resignación de mucha gente en Venezuela ante las reiteradas tropelías de la hegemonía, y en particular ante su objetivo de realizar «elecciones parlamentarias» para seguir ganando tiempo y para tratar de validarse en algunos escenarios foráneos. Nada de esto novedoso. Todo el mundo está enterado de que por ahí venían los «tiros» de los notorios diálogos.

No obstante, sigue llamando la atención que, muchas veces, cuando Maduro «propone» tal o cual cosa, de inmediato, como unos resortes, salen voceros del espectro opositor a decir que lo propuesto por Maduro no está mal, que debe considerarse con interés y que puede significar un cambio democrático. En pocas palabras, salen a apoyarlo, aunque lo disimulen un tanto, acaso por algún residuo de pudor, o porque el trato consiste en aparentar ser de oposición, al tiempo que se le sigue el juego a la hegemonía. Un tipo de trato que no debe ser de gratis…

Pero no. No debemos resignarnos a la llamada «normalización» de la vida política de Venezuela, que no es otra cosa que la hegemonía roja siga en el despotismo y el conjunto de la nación siga aplastada. No faltan quienes prefieren otra denominación, sin duda más snob: «cohabitación». Sin embargo, a las cosas hay que llamarlas por su nombre, y esa pretendida normalización no es más que complicidad, y de la peor índole.

Para no pocos de buena fe, el fundamento de la complicidad es «que esto es lo que hay»… Para no pocos de mala fe, el fundamento de su complicidad, además de lo anterior, es la oportunidad de negocios que ello ofrece. ¿Es justo que el presente y el futuro de Venezuela puedan estar condicionados, al menos en parte, por estas posturas y actitudes? Evidentemente que no.

Pero la unidad frente a la hegemonía se fragmenta, sobre todo, en este respecto. Hasta muchos de los que se están jugando el todo por el todo, y merecen ser reconocidos por ello, declaran que con un «nuevo CNE es posible hacer elecciones libres». Lamentable. Si un árbol está envenenado, sus ramas, obviamente, también lo estarán. Poco importa que las pinten, o le guinden unos adornos. Seguirá envenenada.

El obstáculo insalvable para que en Venezuela haya elecciones libres y justas, no está en un par de retoques en la partisanía política de los rectores del CNE; está en la existencia de una hegemonía despótica que produce estos engendros, así entre sus miembros puedan ubicarse personas respetables. Es más, la hegemonía es el obstáculo insalvable para todo lo que sea el renacimiento de la democracia, condición indispensable para el renacimiento integral –político, económico, social y cultural– de Venezuela.

Resignación es conformidad ante la adversidad. En ciertos casos, por cierto, sospechosa conformidad. La respuesta no debería ser tan complicada de identificar: ¿Resignación? ¡Nunca!.

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