damnificados al sur de Valencia
Foto: Cortesía

La señora Marlene, desesperada, llamó a uno de sus hijos para avisarle que el agua, producto de las intensas lluvias este martes, se había metido a su casa en el barrio José Leonardo Chirinos, al sur de Valencia. Así como ella, muchas otras familias perdieron sus enseres producto de la temporada de invierno, que apenas comienza.

Alrededor de las 7:00 de la mañana las casas empezaron a inundarse. El hijo de Marlene, apenas terminó la llamada, avisó a su otro hermano y comenzaron a buscar un taxi que los llevara desde Tocuyito al Chirinos.

Al llegar al barrio, se quedaron a unas ocho cuadras de distancia de la casa. Las calles anegadas no permitían el acceso. Entre el desespero y el chapaleo mientras caminaban, el trayecto parecía más largo.

A los pocos minutos de llegar a la casa el caño La Yuca se desbordó. En cuestión de segundos, el agua entró a las viviendas. La comida flotaba. La nevera, la cocina, todo estaba casi cubierto. Incluso, el colchón antiescaras del señor Santiago, esposo de Marlene, que compraron el año pasado gracias a las remesas de una hija que emigró hace cinco años para darle mejor calidad de vida a sus padres en Venezuela.

En la cubierta de una vieja nevera, que usaban como balsa, montaron a Santiago, de 79 años, para sacarlo de la casa. Su discapacidad no le permitía salir por sus propios medios, así que entre sus hijos y unos vecinos pudieron ponerlo a salvo en una escuela de la zona, a donde corrieron muchos habitantes mientras el agua entraba a sus residencias.

Cada movimiento les recordaba lo que vivieron en diciembre de 1999 en Carmen de Uria, estado Vargas, cuando la naturaleza acabó con toda esa localidad. Tenían sentimientos encontrados. «Se nos vino a la mente lo que pasó en Vargas», dijo uno de los hijos.

Tras sobrevivir a la tragedia, en el 2000, se vinieron a Valencia. Compraron un ranchito en el Chirinos, que poco a poco fueron levantando hasta tener la casa de hoy en día. Pero ahora, al igual que en aquella oportunidad, perdieron sus enseres, aunque conservan algo aún más valioso: sus vidas.




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