“La única diferencia entre un loco y yo, es que yo no estoy loco”
Salvador Dalí.

Es ya un lugar común referirse a un sujeto exaltado y sin hábitos modeladores del carácter como un loco. El mismo calificativo lo reciben aquellos cuya iracundia devenida maldad tiende a producir repudio o censura, desde una postura poscontractual según lo dictamina la obra de Colbert.

Pero la locura puede contener a la maldad o la maldad puede complementar a la locura, la respuesta más próxima a esta disyuntiva la encontré en la obra de la psicóloga clínica Silvana Santoro: “ los locos morales son individuos insanos marcados por una hipertrofia en su personalidad, una sobrevaloración de sus capacidades y el signo de los signos la anestesia de la moral».

Estos insanos mentales presentan estallidos de ira, que determinan su carácter y su marco relacional. Pueden hacer daño a los demás y lastimar al otro bajo un estado de anestesia de los sentimientos de alteridad elemental, la ira entonces se tributa con más ira y el mal con mas y mejor maledicencia, los entornos de estos locos morales, viven bajo un estado de constante sospecha o alarma permanente.

Lastimar, lesionar, pensar en la constante de la malignidad es una constante en la psique alterada de estos seres, el placer por el mal, la fruición frente al sufrimiento, no pueden ser solo un estado de alteración moral o de mera desviación del juicio, son una consecuencia de una patología, ese placer de revolcarse en los charcos del inconsciente solo revela que la locura contiene a la maldad, cuando se llega a sentir placer por hacer daño, por infringir dolor.

Se encuentran justificaciones para la maldad sin paliativos, en los intersticios del rencor, en la encrucijada de la venganza, la cual puede encontrar una victima colectiva como en el caso de nuestra casi yerta Nación, somos además de unos secuestrados por un poder omnímodo el resultado de la suma de la violencia hecha política de Estado.

Nuestro drama no sólo tiene aristas economicistas, politológicas o institucionales, nuestro drama subyace en la pobreza del espíritu, en la vacuidad del ser, en el vicio de la locura exacerbada a niveles de absoluta maldad. De esta manera dejamos de ser una sociedad funcional, para trocarnos en este drama colectivo, en esta Numancia cervantina, que día a día se bate a duelo con la maldad del régimen, que es presa de una justicia horrorosa, de una levedad insoportable del ser, perseguidos, asfixiados, compelidos a no pensar, a no disentir. Somos el resultado común de un extravío colectivo, de una hipnosis que no nos deja accionar.

El reto subyace en curarnos de esta tara de odiar, de la maldad sin parangón, del aplauso al tirano, de la liquida felicidad de Huxley, de ese paroxismo abyecto y febril, de no estar al día de este continuo horror, para permanecer ajeno al mismo, es decir sí negamos el problema este entonces desaparece,

Justo en esos intersticios se esconde la levedad ante el mal y anestesia de la moralidad de los locos crueles, allí están las pasiones tristes, los instintos animales, la barbarie, la herrumbre, reconocer que estamos mal colectivamente es el primer paso para resolver esta enfermedad colectiva, este escollo común.

Finalmente, los que secuestran y usurpan el poder no están locos, en el entendimiento coloquial del adjetivo, quienes nos secuestran son locos morales, crueles, insanos, deformes, pletóricos en vicios y finalmente consecuentemente empeñados en hacernos imposible la vida, en robarnos las alegrías tenues, las frágiles esperanzas, expertos en la desesperanza y la frustración, siempre están dispuestos a sobajarnos, humillarnos y minimizarlos.

La respuesta desde el ex nihilo, tiene que ser el autoconvencimiento de que en realidad están en un estado de absoluto temor, de sospecha inminente, de desconfianza no hacia nosotros, quienes somos los sin poder, entre ellos mismos. De sus charcos del inconsciente deviene el mal y la posibilidad de infringírselos entre ellos mismos, pues quien mira hacia el abismo, es visto por el abismo también. No están haciendo las cosas mal por torpeza, es deliberada maldad y desde luego son locos morales, sienten placer haciendo el mal y ocuparán en mismo destino de los personajes del teatro del horror de Antonan Artaud.




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