No se parecía a uno de esos marxistas ortodoxos, como los que durante más de medio siglo trataba de exportar la URSS. Tampoco se parecía a esos comunistas deshumanos típicos de la era maoista. Parecía más bien como el promotor de un movimiento nuevo, de una aventura noble y nacionalista, representaba la rencarnación moderna de un David joven y carismático que libra y finalmente gana la batalla de la vida contra el Goliat del odiado imperialismo yankee, sinónimo del aprovechamiento del “hombre sobre el hombre”. Imagínense que en enero de 1959, tuvo la osadía de declarar que…”decir que somos comunistas, es una calumnia contra la revolución”. Ese era el Fidel Castro de 1959 que, cual lobo disfrazado de corderito predicando la libertad, anunciando elecciones a corto plazo y erigiendose a paladín de la auténtica democracia, ha engañado a todo el mundo.
Inclusive el conocido ideólogo frances Regis Debray declaró en aquel entonces que “Fidel Castro le había dado al pueblo cubano una dignidad nacional que jamás había tenido antes” Algunos años después el mismo Debray retractó amargamente todo lo que había dicho. Y así, a los pocos meses, tan pronto pudo controlar todos los poderes institucionales, comenzando por supuesto por la Fuerza Armada, la folklórica revolución caribeña, esa misma y catastrófica revolución que Chávez primero y Maduro después han tratado de imponer en Venezuela, se convirtió en una “normal y aterradora dictadura comunista”, con encarcelamientos, con fusilamientos, con una represión de todo tipo de libertad, con un empobrecimiento contínuo de la sociedad, con una total y absoluta “ausencia de esperanza”.
Sin embargo, a pesar del evidente e indiscutible fracaso de la revolución cubana, cuyos infinitos desaciertos el régimen siempre ha tratado de encubrir cacareando que en Cuba ya no había analfabetos y que la atención médica era para todos los cubanos (con más de treinta años de atraso!), Fidel no ha querido nunca apartarse de las rígidas y dogmáticas reglas impuestas por el marxismo más ortodoxo, no ha intentado ninguna reforma para tratar de mejorar la colapsada economía de la isla, tercamente convencido de que cualquier tipo de concesión a la iniciativa privada hubiera drásticamente debilitado el régimen, alejando toda posibilidad para la victoria final. Como es natural en un sistema totalitario, la muerte de Fidel, aunque el viejo líder hubiese renunciado hace tiempo a favor del hermano Raúl, deja un vacío muy difícil de llenar y no solamente como jefe carismático de su país, sino como líder máximo de la revolución en América Latina.
Y así la historia, contrariamente a su ilusorio vaticinio, no solamente no lo absolverá, sino que lo pondrá en ese infame pedestal al lado de gente como Gómez, como Somoza, como “chapita” Trujillo, como Pérez Jimenez. “Socialismo o muerte” era su lema y, después de haber vivido toda su vida en defensa de esa falsa leyenda, se fué sin poder darle cumplimiento porque, inexorable como siempre aunque a veces justiciera… en este caso ganó la muerte. Paz a sus restos!
Desde Italia – Paolo Montanari Tigri