Desde una temprana edad, algunas personas aprenden a ver la vida como si ésta fuese una interminable sucesión de limitaciones, de agrias penurias y sufrimientos, pero mayormente, de fracasos. Muy pronto esas personas adoptan la pasividad militante, y una “falsa” calma, como la manera preferida de vivir; y hasta acaban con sentirse a gusto bajo esta perspectiva de presente, del futuro, y de lo que recuerden del pasado. ¡Pero, lo más grave del asunto es la resignación de pensar que la vida “es así”, y que no existe de otra manera superior de vivirla! Entonces, si hacemos que sea costumbre y creencia esta perspectiva de sumisión, “vivir nuestra vida pasaría a ser una simple cuestión de tener paciencia, de calmarnos y de hacer tiempo para que cesen las cosas malas». No quedan por fuera los “apaga fuegos sociales” de siempre, esas personas que en todo tiempo recurren al cuentico de que “el tiempo lo arregla todo”. Es la vía lacrimosa que vemos en los extremos de resignación, como la que observamos ante las desgracias que afectan a una cultura o una sociedad, como la que resulta al mirar en pasividad la confiscación y muerte de los valores humanos y ciudadanos, o al sentarnos a ver cómo ocurre la destrucción de una nación… ¡Vaya, vaya!

Para otros, la situación difiere, es asunto de “sobrevivir”, de “capotear” y asimilar, sin peleas, los “tropezones” de la vida. ¡Luchar y luchar, escuchar negativas y propuestas para, finalmente, caer vencidos, resignados, convertidos o entregados a la abierta desvergüenza: ¡Es una vía pasmosa y dolorosa, de percibir pasivamente cómo se fractura nuestra identidad personal, y lo cambiamos todo por el sufrimiento y la resignación!…

«Érase una vez un país, que lo tenía todo para ser felices«. Tanto hemos escuchado repetir y repetir ese cuento en nuestro país, en sus múltiples versiones durante los últimos años, a través de la compleja diversidad de medios de masas, que al asociar el cuento con otros agregados explicativos, en personas que se sienten angustiados, con miedos o amenazas, terminan por aceptarlos como si fuesen una realidad, una total y razonable verdad. Ocurre tal como lo decía el nazi Joseph Goebbels, cuando llegó a afirmar que: “una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”.

Esto ocurre así porque, no en vano, las definiciones que escuchamos decir a otros, y las propias que nosotros mismos hacemos (fabricamos), pasan a estructurar la realidad nuestra, propia, la que percibimos como si fuera una verdad, porque aportan significados con los cuales nos explicamos las cosas que están presentes en esas realidades. ¡No olvidemos que toda realidad está siempre en nosotros (dentro), aunque la “proyectemos” como estando afuera! De ahí que por estas razones, definir es crear, es hacer historia, es crear realidades, pues se destacan algunas verdades, se las reconoce y acepta, o pasamos a dejar otras en el olvido.




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