O sea, que ayer usted tenía cien mil y hoy tiene uno. Y lo que compraba ayer con cien mil (nada, en realidad) hoy lo compra con uno (nada por nada es nada, así que sigue en lo mismo). Hace 20 años usted tenía uno, que hasta la semana pasada se habían convertido en 100 millones, y hoy vuelve a tener uno. Y usted sigue sin poder comprar nada porque no hay nada que comprar; o porque los cien mil de ayer (que son los cien millones a uno de hace 20 años) no valen ni media yuca.

La economía (sin ánimo de ofender a una ciencia tan apreciada por la humanidad) del chavismo es surrealista. Las medidas económicas del gobierno de Maduro no son tales, porque no responden a criterios económicos ni a intención –ni posibilidad- alguna de resolver nada. Son lanzamientos de flechas hacia una diana que tiene al Negro Felipe por un lado, a María Lionza por el otro y a Changó en el centro. Son brujerías y cortinas de humo generadas por un grupo de analfabetos que no distinguen una tasa de interés de una taza de café. Una suerte de vudú revolucionario cuya esencia, al final, solo contiene la grosera obsesión por el poder de una dictadura que se adueñó de esta ribera del Arauca.

La fortaleza de una moneda se desprende de lo que vale el país que la respalda, independientemente de los ceros que tengan los billetes. El dólar de Zimbabwe desapareció porque no valía nada: nadie lo compraba y a nadie le interesaba invertir en Zimbabwe. El bolívar fuerte, soberano, patriótico, bolivariano o como se le quiera llamar, tampoco vale nada porque el país está quebrado y nadie quiere tener bolívares en el bolsillo. Si Venezuela no tiene bienes ni servicios para mantenerse a sí misma, mucho menos va a tener para venderle algo a un extranjero a cambio de moneda dura. El petróleo, que mantuvo al país a flote por casi un siglo, se está dejando de producir y lo poco que se extrae se le regala a los cubanos o se le debe a los chinos.

El problema de Venezuela no es económico ni tiene que ver con los cinco ceros que se le quiten o se le agreguen a la moneda. El problema de Venezuela es básico, primario y elemental. A este país lo secuestró su peor gente, los malos, y los secuestradores están atrincherados con la complicidad de los que tienen los cañones. Por otro lado, la gente que dirige la oposición a la dictadura, los buenos, los que deberían tener como misión y razón de vida regresar a la democracia (porque se entrenaron para eso y porque es su trabajo) no han dado pie con bola ni han estado a la altura de las circunstancias. Lo demás son arabescos.




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