Este fin de semana culmina para la Iglesia católica el tiempo de la Navidad. Se extendió con una octava de pascua que culminó con la gran celebración del primero de enero en honor a María Virgen, la Madre de Dios. Ahora celebramos todos juntos la Epifanía del Señor, es decir, su manifestación a todos los pueblos, representados en los reyes magos. Pero, además, este lunes cae también la fiesta del bautismo de Jesús, cerrando así el ciclo de las celebraciones navideñas. Luego se comenzará con lo que en la liturgia se llama el Tiempo Ordinario.

La lectura de este domingo recuerda a los fieles la visita de los reyes magos a Palestina desde el Oriente. Ellos, al llegar, preguntaron acerca del lugar donde se encontraba el rey de los judíos, que había nacido. La señal que se les había presentado fue muy clara: una estrella surgida en el Oriente que los condujo hasta la tierra santa y viajaron con la intención de adorar a ese rey. El verbo adorar, en la Biblia, tiene una connotación religiosa y civil: se adora solo a Dios y se postra solo ante un rey, pero en este caso, se trata de un Niño apenas nacido. La paradoja era extraordinaria. El rey estaba proclamado desde su nacimiento.

El rey Herodes, al enterarse, se inquietó por esta noticia. Ya veía su propio reino desmoronarse ante aquella “amenaza”. El evangelista incluyó también en la zozobra a todo el pueblo, pues era de esperarse que una noticia de este calibre no pasara desapercibida. Y así fue que el rey Herodes reunió a los sacerdotes y escribas, expertos en las lecturas de las profecías escritas en los libros santos. Ante sus preguntas, le respondieron que la predicción era cierta; debía nacer en Belén de Judá, de la cual se dice en las Escrituras que no sería para siempre la menor de todas las ciudades de Judá, porque de allí saldría un jefe que apacentaría a todo el pueblo de Israel.

Herodes no podía creer que era cierto aquello de la amenaza inminente y llamó en secreto a los magos de Oriente para que le informaran todos los detalles de su búsqueda. Con engaño, argumentó que él quería también ir a adorarlo, pero lo que quería decir era que deseaba matarlo. Y los magos se pusieron en marcha y volvieron a ver el astro luminoso, que se paró justo sobre el lugar donde había nacido el Niño. Se llenaron de una inmensa alegría. Y allí encontraron al bebé junto a su madre.

Abrieron, entonces, los regalos: oro, incienso y mirra, y se postraron ante el rey. Dios mismo les advirtió que no regresaran donde Herodes, porque sus intenciones eran malvadas. Y la alegría se quedó en sus corazones.




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