Dhameliz Díaz || ddiaz@el-carabobeno.com
I Tocar fondo

“A los 12 años fue mi primera borrachera”. Era el día de su primera comunión y beber cada sobra de vino del fondo del vaso de los invitados era un juego divertido entre los compañeritos. “¡Me sentí horrible! Vomité, creí que me iba a morir…” ¿Bastó y sobró semejante experiencia? “Hasta los 18. Era muy tímido. Un sorbito para invitar a la muchacha a bailar… Cada vez se me hacía más necesario para tomar cualquier iniciativa. Comer servilletas para no rascarme. Comer y beber a la vez. Mi hermana me daba tres cucharadas de aceite antes de salir a las fiestas para que la acompañara sin emborracharme”.

“Perdí la voluntad. Odié a Dios y a mí mismo. Antes de llegar aquí me llevaron a los brujos de la montañas de Sorte. ¡Tres veces! Me echaban pólvora, me daban hierbas, intentaba dejarlo para que mi familia no me abandonara ni perder el empleo, pero nunca funcionó más de 3 meses. El alcoholismo es la enfermedad de la resta. Terminé botado de mi casa, durmiendo en cualquiera de los bancos de la plaza Michelena… Era una basura humana, irrespetuoso: un resentido social”.

Hasta que uno de esos días, al cumplir 25 años, lo despertaron unos aplausos. “Dicen que entré al grupo ‘Solo por Hoy’ de AA que funcionaba allí, buscando otra cosa. El alcohol me había derrotado. Lo más terrible fueron esos primeros 8 meses batallando con las ganas de beber. Me comía las uñas, comencé a fumar, masticaba caramelos. Ellos me ayudaban contándome sus experiencias, con eso me entretenía y no bebía, pero no podía leer, ni pensar, sin que avasallara la compulsión de saciar mis deseos, pero no sé por qué seguía asistiendo a AA. Mientras no se te quitan las ganas, no estás en ti mismo, sino en la obsesión por tomar. A uno lo pueden atacar a tiros y no distingue de dónde viene la amenaza. Es verdad, la mente está ocupada en el compromiso con la bebida. Cuando desaparecieron las ganas, lloré. Lloré. Lloré. Una señora mayor me susurró: Le llegó el sano juicio. ¡Fue maravilloso! Me reconcilié con Dios. Entonces comencé a informarme sobre la magnitud de la enfermedad del alcoholismo y a transitar los 12 pasos para mi recuperación. Operaron los cambios en mi vida. Alquilé una habitación porque vivía en la calle, ya no veía la vida en blanco y negro. Honradamente le digo, creía que en la vida no había nada para mí, tenía 38 años pero parecía un ancianito”.

Revela su verdadero nombre, aunque lo identificaremos como Augusto. Ese domingo celebraba, contabilizaba 25 años sin recaídas, al tiempo que el grupo de Alcohólicos Anónimos La Unidad, que funciona en el Colegio Don Bosco estaba de aniversario. Entre 3 millones y 3 millones 500 mil venezolanos aparecen registrados en programas para combatir el alcoholismo, según reportes de esta organización.

El 60% de las personas tiene una acentuada manera de beber, gran amenaza para desarrollar la enfermedad del alcoholismo. El doctor Oswaldo Rodríguez desnuda la realidad, que identifica con altísima frecuencia en los trabajadores. Es médico ocupacional. “Lo difícil es que diagnosticada en la primera etapa, ninguno acepta que está enfermo, porque se halla en la plenitud de su desarrollo profesional y el alcohol les proporciona alegría”. Todavía no se sienten limitados, pero son susceptibles de contraer otros males. ¿Por qué?: Tienen hígado graso y el sistema nervioso vulnerable. Cuando se dan cuenta, están inmersos en un proceso avanzado, comprometido su sistema neurológico y dejado de trabajar.

En La Isabelica creó la Fundación Gente Nueva para atender a quienes voluntariamente aceptan que no tienen la fuerza para enfrentarla, porque el licor no los deja. Se le acerca una mujer saludándolo efusivamente y sin preguntárselo le explica que estuvo 4 años retirada. “Caí de nuevo, pero gracias a Dios regresé sintiéndome cada día con un poco más de confianza. Na guará. Estoy en la lucha. Gusto de verlo mi doctor”. Le estampa un beso y sigue.

II El último

“Me llamo Alex y soy alcohólico”. Buenas noches Alex, contestan al unísono las 13 personas que permanecían en la reunión que comenzó a las 6:30 de la tarde en un anexo de la iglesia La Purísima donde se reúne 4 días a la semana el grupo El Sendero.

Cada uno dispone de 10 minutos para hablar. Con un timbre, el coordinador de la sesión con rigurosidad indica que se les terminó el tiempo. “Cada uno aquí está en su experiencia. Asistí a 30 reuniones y resolví que yo solo podía superar la enfermedad”. Pausa en el relato. Baja la mirada, toma fuerza y al volver a levantar los ojos se encuentra en los ojos de los que están allí escuchando con los cinco sentidos.

“Sin ayuda de Dios y el grupo No podemos superarlo”. Suena el timbre, sus 10 minutos han concluido. No tiene más que decir. Gracias Alex, dicen todos y aplauden. Abandona el podio y vuelve a su sitio.

Los relatos íntimos siguen. “Me parecía normal ingerir aguardiente, pero le hacía mucho daño a mi familia. No reconocía el error .Estaba convencido de que este tipo de reuniones era para los que no tenían salvación”. Historias anónimas de carne y hueso que conmueven. “A los 23 años estaba anestesiado y alejado de la realidad”. Roger hoy tiene 27, se graduó en la Universidad de Los Andes. Un primero de enero despertó en el carro estrellado al frente de su casa, por el llanto de su madre desconsolada, era un milagro que estaba vivo. Lo conmovió, no podía continuar ese camino. A los 13 fue su primer contacto con la bebida. Resulta que 62% de la población mayor de 15 años ya se considera habituada al licor, de acuerdo con estudios sobre el “Alcohol y las Políticas Públicas en Venezuela”, del Ministerio de Salud (2005).

“Cada copa ocupaba más parte de mi vida. Comencé un tratamiento con una especialista y cuando me sentí mejor retomé la costumbre de tomar 2 cervezas. Y comencé de nuevo ese ciclo constante: el viernes, sábado, domingo y el lunes el ratón moral. Regresé a la especialista, pero me dijo que ameritaba incorporarme a uno de los grupos de AA. Aprendí que los problemas de la vida no se resuelven tomando”, reflexionó Roger.

¿Qué es lo más difícil en este tránsito? Pregunto desde ese mismo podio donde otros acaban de develar sus batallas contra la patología, aún sin reponerme de la sorpresa de la invitación a hurgar en las miserias ajenas. “Reconocer que tenemos el problema del alcoholismo”, dice el señor de la primera fila. Más allá, una señora entrada en años que ha recaído, completa: “los 3 meses de abstinencia, aguantarse con esos deseos de echarse un palo, imposible sin apoyo”. “Al borracho lo recupera otro borracho que está en el camino de no ingerir más”; se alza otra voz: “ el truco es: no te bebas el primero”.

Sin comprender todavía la esencia de ese primer paso, reconocer que se es alcohólico, insisto. “Acepto lo que no puedo cambiar y me hago cargo del problema. A mí me ayudó romper la rutina de encontrarme con otros bebedores igual que yo”.

III Un día a la vez

Los alcohólicos llegamos sin saber lo que es AA, interviene Cecilia. Bebió desde los 18 hasta los 50 años. “Y nos parece un milagro. Un alcohólico no tiene voluntad frente al licor. Se puede ser próspero en los negocios, en la familia, pero después que se toma el primer trago, se acabó la fuerza de voluntad. Y por eso te lo tienes que quitar, todos decimos, este es el último que me tomo, sin saber que es el que desencadenará otra borrachera. En AA nos entrenamos para conocer cómo se comporta la enfermedad y como hemos vivido los mismos episodios no nos pueden meter cuentos”.

Traer periodistas que pregonen que existe una solución. “No es lo mismo que te lo diga tu mamá, el esposo o la hermana, porque la familia nos tiene hasta la coronilla”, se señala más arriba de la frente. De ahí la necesidad de contar con amigos. “Uno está cansado de que le digan mal marido, mal hijo, pésimo trabajador”, completa Roberto. “Me lo dijeron tanto que me lo creí, que no servía para nada y terminé con los bolsillos rotos y los excrementos encima sentado en una plaza, pobrecito yo. Lo único que quería era otro trago. Pero cuando uno está en AA aprende que no somos nada de eso, sino enfermos alcohólicos”.

“No hay necesidad de seguir jugando con la copita…. NO. no, no… Abstención total. El programa te ofrece aprender a vivir feliz y a ser útil, sin licor”.




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