Los venezolanos viven constantemente en estado de perplejidad, de azoro permanente. Solo tomar la decisión de integrarse a la diáspora; mejor dicho, al éxodo, y enfrentar una nueva vida llena de aventuras y nostalgias, no es cosa fácil. Una sociedad que medio vive sin la certeza de su destino, de su porvenir, ue es sencillamente lo opuesto a la incertidumbre. Es una brutal pretensión que el dinero que alguien obtenga con honestidad, fruto de su trabajo, después acepte de brazos cruzados que se los arrebate la dictadura. Que lo donen candorosamente a funcionarios del gobierno que lo consiguen a borbotones a través de la rapiña, tráfico de drogas y lavado de dinero, sería una estupidez.
Esta especie de introito es para ir adentrándonos en el tema que tanto preocupa a nuestros compatriotas en estos últimos días. Venezolanos que se enfrentan al dilema en el que los colocan los sátrapas: escoger entre el hambre o acceder al vejamen, a la humillación, que significa para medio subsistir, el carnet de la patria. El mismo sistema se va a utilizar para la obtención de la gasolina para los vehículos. De la misma forma, para cobrar la pensión de vejez que por ley les corresponde. Ganada a través de decenas de años de trabajo, a diferencia de altos funcionarios del régimen que no conocen cómo es eso de cumplir un horario ni han trabajado en su vida, tampoco se han quemado las pestañas estudiando o leyendo libros ilustrativos, quizás viciosos en abundancia.
¿Cómo subsistir en esta miseria de país? ¿Para qué crearle un conflicto mayor a tantos que necesitan de ese dinero en extremo? ¿Aparte de la indignación que nos produce ese vejamen, qué beneficios obtiene la dictadura que no sea mayor odio por ellos y la lastra que significan? ¿Ese dinero de los pensionados, acaso, no irá a parar a los bolsillos de “abuelitos precoces” de veinte años de edad, especies de testaferros muy particulares? Sin obnubilaciones, los derechos en autocracias hay que defenderlos por encima de pudores morales; con bandidos, los códigos de éticas son inoperantes.
Sin perder de vista la situación enmarañada del país y bajo el cristal del pragmatismo, mientras no haya alternativa real de cambio, de factible salida de Nicolás Maduro y su trulla, es un disparate, por inconveniente, pedirle al pueblo que se inmole y no gestione el instrumento, carnet de la patria. Es inútil, incluso; cualquier exigencia por muy sencilla que sea como, por ejemplo, asistir a una concentración contra el gobierno mientras la sociedad civil perciba que las posibilidades de cambio están a larga distancia. Esa es la razón por la que muchas veces se hace oídos sordos a las convocatorias a actos de protestas de cualquier tipo sean.
Exhorto a la dirigencia política de oposición, a la sociedad civil organizada, a los medios de comunicación, columnistas, redes sociales, que sean comprensivos y cerebrales. No es lo mismo pedirles en un momento dado que vayan a votar o no, que exigirles que dejen de recibir un dinero que el gobierno espera arrebatárselos; eso sería una sádica desconsideración. Una última pregunta: ¿dispondrá el gobierno, realmente, del dinero para cancelarle a los 12 millones, estimados, de carnetizados la asignación que saltó de cinco millones de bolívares a ciento ochenta millones de bolívares mensuales?