“Ahora sí que no vuelve. Esta mañana Feliciano me contó que saquearon la casa de Macuto, y que destrozaron todo lo que consiguieron. Si le sumas a eso el derribo de las estatuas, podemos decir que el “Ilustre Americano”, ya no es ningún ilustre, sino más bien un caído”. Francisco Antonio hablaba en voz alta para que todos los que por allí pasaban lo oyeran claramente.
Actuaba así un tanto por su carácter tempestuoso, pero también por resentimiento. Su familia estaba arruinada por un “negocio” del grupo del Presidente, y contra eso no se había podido a hacer nada. El dictador, en su ambición personal, no tuvo reparos en apropiarse de bienes con argucias y trampas, utilizando a sus cuñados más cercanos.
En 1861 Antoñito apenas era el secretario de Ezequiel Zamora, por cierto el único testigo de su asesinato, lo cual levantó sospechas. Muerto el barinés, el general Falcón quedó solo en la jefatura y entonces Guzmán Blanco comenzó a surgir. Vino la guerra contra Páez y a los dos años el caraqueño fue la voz de los liberales, para conseguir la paz. Y ahí es donde comienza la historia de este avaricioso”.
Eso sí, Guzmán cobró su comisión y se quedó con 75 mil libras. Ese fue el inicio de su fortuna. De lo más fácil”.
Ese era el administrador personal de Guzmán Blanco. Igual se quedó con “La Guayabita” por los lados de Turmero, que producía cien mil matas de café al año. Así era su estilo: Utilizando a sus cuñados Manuel Antonio Matos y Luis Vallenilla como intermediarios se apropió de haciendas, casas, papeles de valor financiero, acciones en empresas que contrataban con el Estado.
Nadie en el Congreso dijo nada, porque todos eran sus secuaces. Iban a pasarla bien en su mansión de Antímano, a cuadrar negocios entre ministros, diputados, militares e inversionistas, previamente acordados con Guzmán Blanco.
Después de 20 años como el presidente más corrupto de la historia, ahora se da la gran vida en París. Claro que no vuelve, no tiene necesidad, pues ya sacó todos los pesos que podía. Parece que allá en Francia casó a una de sus hijas con un señorón de la nobleza. Para todo eso sirve el tesoro nacional, mientras los venezolanos estamos aquí, pasando las de Caín, sin comida, sin trabajo y sin bolívares”.