(Foto Ángel Chacón)

Dayrí Blanco

Los días pasan lentos detrás de la vitrina de Julia Borges. Ahí se sienta ella. Atiende a los clientes de costumbre. Pero la jornada se ha tornado lenta. Ya no hay proveedores como antes, desde hace más de un año no llegan. Las exhibiciones de su minimercado lucen vacías. Para surtirlas debe recorrer varios mayoristas. Pocas veces tiene suerte.

En 14 años con el negocio primera vez que atraviesa una crisis de inventarios como la actual. Antes tenía hasta un horario especial para recibir los despachos. «Venían martes y jueves, solo en la mañana». Ahora está dispuesta a atenderlos el día que sea.

Desde hace más de tres meses les dice a los clientes que no tiene azúcar, café, harina de maíz, margarina ni papel higiénico. También ha mermado la variedad de las golosinas. No se consiguen. Se conforma con lo poco que logra comprar. Para ello se ha visto obligada a cerrar los lunes y dedica ese día completo a la caza de cualquier cosa que le sirva para llenar su vitrina. Ya no importan las marcas preferidas por los consumidores. La prioridad es tener algo qué ofrecerles.

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