Vienen otra vez proyectos de diálogo entre el interinato y el régimen con el apoyo, entre otros, del responsable de política exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, con la venia de los noruegos, que siempre andan de shopping a ver si pescan una oportunidad de mediar, con el respaldo de varios gobiernos del vecindario y con la mirada un poco escéptica del gobierno de EEUU. James Story, embajador de ese país en Venezuela, mencionó que unas condiciones mínimas para eventuales elecciones libres deben incluir “la liberación incondicional de los presos políticos, mayor acceso a ayuda humanitaria, libertad de prensa, rehabilitación de partidos políticos y de políticos, así como el cese de los ataques contra la sociedad civil”. En otras palabras, lo que Story pone como condiciones es casi equivalente al cese de la usurpación que formaba parte del mantra de enero 2019, porque ninguna de las acciones que plantea el embajador es factible con el régimen chavista.

Juan Guaidó presentó la propuesta de un “Acuerdo de Salvación Nacional”, que arranca con una negociación entre “el gobierno interino, la Asamblea Nacional, la Plataforma Unitaria, representantes del gobierno de Nicolás Maduro y la comunidad internacional, especialmente las potencias internacionales”. El objetivo de la negociación, según los proponentes, es destrancar el juego político y culminar el proceso con la celebración de elecciones. Según declaró el dirigente opositor Freddy Guevara, “al gobierno de Nicolás Maduro no le quedó otra opción que aceptar la negociación internacional propuesta por Juan Guaidó”. Y sigue: “cada vez que el gobierno ha bloqueado un acuerdo, las consecuencias han sido peores también para ellos. Lo que realmente necesita el régimen es un proceso de negociación con las fuerzas legítimas democráticas, la comunidad internacional y ellos como contraparte. No hay otra manera”.

Entre las tareas de un político está el de voltear las situaciones desfavorables y crear una percepción de fortaleza desde la debilidad. Como contrapartida, parte del trabajo de un ciudadano es descifrar lo que dice quien pretende convencerlo y acercarse a la realidad más allá de las declaraciones y los discursos para las gradas. En este sentido, la realidad que uno ha percibido hasta hoy es que las negociaciones con el régimen no llevan a ninguna parte y quienes quedan peor parados después de un fracaso son precisamente los opositores. Y quedan peor porque el chavismo sigue amarrado al poder con el respaldo de la fuerza e indiferente a la opinión del soberano: ese mismo soberano que vuelve a perder la confianza en sus dirigentes –quienes sí necesitan apoyo popular- mientras se acentúa el estado de desesperanza en que se encuentra la mayoría de la población.

Los anuncios grandilocuentes y los nombres dramáticos tampoco ayudan. El “Acuerdo de Salvación” nos remite a otras ocasiones en las que se han sembrado expectativas infundadas (la AN electa en 2015 dijo que el régimen salía en 6 meses) y el resultado se ha quedado corto, por decirlo de forma benévola. Ha habido diálogos, consultas populares, boicoteo de elecciones y mucho más, pero el chavismo sigue mandando. Y mientras el chavismo manda, los emigrantes siguen llenando los caminos de salida del país, las vacunas contra la pandemia no llegan, los servicios públicos son cada vez más exiguos y el hambre y la violencia se presentan en los hogares como invitados permanentes.

El escepticismo que despierta una nueva ronda de negociación está más que fundado. Por mucho que el Sr. Borrell y los noruegos y el Grupo de Contacto respalden las reuniones, mucha gente en eso que llaman comunidad internacional no tiene el sentido de urgencia que debería existir alrededor del caso venezolano, y parece no contar con ideas muy claras sobre la verdadera naturaleza del chavismo. Si las negociaciones no llegan a nada, el único ganador será, de nuevo, el régimen. Y el régimen tiene todas las herramientas que hacen falta para hacerlas fracasar o para demorarlas hasta el fin de los tiempos.




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