El aeropuerto de Hamburgo ha sido tomado por un hombre armado que tiene a su hija de 4 años como rehén; en los Estados Unidos se está volviendo normal que un hombre armado penetre en un colegio y acribille a unos cuantos niños; los parisinos se comen las uñas temiendo que en cualquier momento explote una bomba en el sitio donde estén, y la Franja de Gaza es un pedacito de tierra con odios concentrados al 100%; los habitantes de Taiwán viven con el miedo de que China, apenas separada por un estrecho canal de 86 millas náuticas, pueda invadir la isla que una vez fue refugio de los opositores al comunismo de Mao Tse Tung, y ahora es un emporio industrial que compite con su gigante vecino en los mercados del mundo, inclusive los capitalistas de Occidente. De ocurrir tal invasión, la matanza será peor que las de los escenarios que ya compiten en los noticieros mundiales: Ucrania y la Franja de Gaza.

Parece ser que el antisemitismo existía ya en la época de los faraones, pero parece también que es algo genético, que está en el ADN de una cantidad de personas, en el mundo entero, en cifras que ya son alarmantes.Y es que en nuestro planeta parece que ya no cabemos, y hay que “limpiarlo un poco” de quienes no se someten a los dictados de las religiones o a las decisiones de sanguinarios y ambiciosos dictadores, que parecen ir proliferando en países donde la democracia no tiene nada que buscar.Hasta los intereses económicos, que uno siempre sospecha están detrás de todo, se han visto arrastrados por la belicosidad que nos ha infestado. Son los fanatismos religiosos y raciales, no la convencionalpolítica de partidos, los encargados de manejar las relaciones humanas.

Como todos sabemos, lo de “partidos de izquierda” y “partidos de derecha” nació con la Revolución Francesa. Los que se sentaban a la izquierda del presidente de la Asamblea eran considerados radicales y revolucionarios; los que se sentaban a la derecha eran considerados conservadores y monárquicos. Poco a poco, las separaciones entre “izquierda” y “derecha” se fueron matizando, y hubo “izquierdosos”, “revolucionarios de derecha”, rojos y blancos, y en esa paleta de pintor se fueron metiendo comunistas, socialistas, socialcristianos, socialdemócratas, “desarrollistas”, y un montón de matices más, hasta terminar pareciéndose, confundiendo así a los votantes, que terminaron pensando que todos eran lo mismo.

Y los partidos políticos vinieron perdiendo vigencia, a medida que aspirantes a funcionarios públicos, o ya convertidos en tales, fueron creando los suyos propios. Exceptuando a algunos, dotados de prodigiosos cerebros, me atrevo a decir que ningún venezolano es capaz de recitar, de memoria, los nombres de todas las agrupaciones políticas existentes en Venezuela. Mucho menos lo serán de asociar a cada uno con una ideología o doctrina, si es que la tiene.

Es que en los partidos políticos ya no rigen las doctrinas ni las ideologías, sino los caudillos, cuando no las creencias religiosas. Y eso nos ha llevado a donde estamos: en un mundo donde la mitad de sus habitantes odia a la otra mitad, y donde los principios de Libertad, Fraternidad, Igualdad, de los ilusos revolucionarios franceses y de todos los ingenuos que creyeron que “el hombre nace bueno, la naturaleza lo corrompe” (empezando por Rousseau) se han venido al suelo estrepitosamente.

Cuando los partidos políticos recobren su vigor y cesen los caudillismos, tendremos democracia; cuando el racismo y la intolerancia se aplaquen, paz.

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