El desaliento es el decaimiento de ánimo, el desfallecimiento de las fuerzas. Toda una maravilla para una hegemonía despótica y depredadora que impera por las malas y las peores sobre un pueblo desalentado. El desaliento social y el despotismo depredador se alimentan mutuamente. Depaupera e impera, se aconsejaba en la antigüedad. Ese consejo, convertido en realidad, sigue vigente en la Venezuela de estos años de mengua, en pleno siglo XXI.

El desaliento, en este caso, tiene fundamentos evidentes. Un país sumido en una catástrofe humanitaria –muy anterior al Coronavirus y ahora agravada por éste–, no puede ofrecer un ambiente de promisión. Al contrario, como lo confirma, entre otros factores, la emigración masiva, o esos cinco millones de venezolanos que no encontraron el aliento para permanecer en su patria, y se vieron forzados a emigrar, a pesar de su querencia por Venezuela. Y no son más, o muchos más, porque la crisis global del Covid-19 hace imposible la emigración.

El desaliento produce resignación, o el conformarse con vivir, o sobrevivir, en los escombros de un país. Sobre todo cuando la demolición no aconteció de repente, sino que fue ocurriendo de manera paulatina –aunque constante, durante estos tiempos destructivos. El fraude de las expectativas ha sido tan colosal, que no le queda grande el término «histórico». Sí, padecemos una catástrofe histórica, luego no se puede dejar de comprender el desaliento general.

Y éste también se nutre de las frustraciones suscitadas por la oposición política, en parte por no querer, saber o poder darse cuenta de la naturaleza de la hegemonía, y entonces tratar de seguir el juego del disfraz democrático: y en parte por la complicidad de no pocos en la depredación, así como también en ese encoger los hombros para decir: «esto es lo que hay»: el supuesto realismo de las supuestas voces prudentes…

El desaliento popular es un escenario óptimo para el afán de continuismo de Maduro y los suyos, incluyendo en lugar capital a los patronos cubanos. El desaliento no se puede combatir con mentiras, tipo «salidas electorales chimbas», porque se devuelven como un bumerán y aumentan el desaliento. Y si el desaliento tiene su origen principal en la hegemonía que lo ocasiona, lo fomenta y se beneficia del mismo, es lógico que la superación de la hegemonía, por los variados y amplios caminos que la Constitución consagra y hasta exige se recorran, sea la alternativa valedera y legítima.

Maduro y los suyos representan la devastación económica, la corrupción desenfrenada, la catástrofe social y, en particular, sanitaria; el desmoronamiento de la República, el control político por la represión vengativa. Todo lo cual es un turbomotor del desaliento. Luchar contra eso, de frente, sin recovecos ni repliegues, es la ruta para llegar a transformar el desaliento en esperanza.




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