“Cualquier acción motivada por la furia, es una acción condenada al fracaso” Paulo Coelho

Hubo en el pasado acontecimientos en los cuales la furia, acompañada del odio, desempeñó un papel devastador, ya que hay individuos que se aprovechan de las ideologías para desplazar los problemas desde el campo de la razón al de las emociones; apelan a los instintos bajos de las masas y consolidan prejuicios para inculcar con más fuerza las ideologías en las masas.

Hace tres siglos ya se planteaba que la naturaleza humana es esencialmente egoísta y utilitaria, que cada quien lucha por su propia subsistencia, por la satisfacción de sus intereses individuales, lo que inevitablemente le conduce a una confrontación permanente con otros seres humanos; hecho que Hobbes llamase «La guerra de todos contra todos».

Para superar esta situación, era menester la concepción de un órgano que buscase la satisfacción de la sociedad y no de intereses particulares. Apareció, entonces, la noción básica y la materialización del Estado, como ente regulador capaz de imponer el orden en medio del «caos natural».

Pero ¿De qué Estado y más aún, de qué Estado de Derecho podemos hablar en nuestro país, cuando el régimen ordena a sus activistas reaccionar ante un presunto plan golpista con la llamada “Furia bolivariana”?

Hace pocos días César Pérez Vivas, refiriéndose a este asunto de la furia, apuntaba: “Se trata de un metamensaje que encierra, conceptualmente, una invitación a la violencia contra los sectores sociales que están exigiendo a su gobierno un salario digno y contra los sectores políticos que estamos trabajando y organizando a la sociedad para concurrir a las elecciones presidenciales establecidas por mandato constitucional para este año 2024…”.

Nos indica la Real Academia, en sus diversas acepciones, que la furia es la ira exaltada, el acceso a la demencia, o la violencia y agresividad. En tanto que, para los estudiosos del tema, se trata de un fenómeno degenerativo, que corresponde al campo de las pasiones; no es, pues, cosa de la razón, sino que tiene sus raíces en la esfera de la irascibilidad. Cuando surge la furia, no sólo se manifiesta el desacuerdo con el otro, sino que también se implica que no hay otra posibilidad que la de usar la violencia para aniquilarlo por la fuerza como primera opción, sin que la razón importe. Y algo muy grave: La furia provoca rechazo, odio y rencor, pero sobre todo provoca más furia.

El propósito del régimen – tratando de calcar modelos comunistas retrógrados y fracasados – no es otro que atemorizar no solo a cualquier ciudadano que al tratar de protestar –tal como se lo permite la Constitución– sea presa de las viejas prácticas totalitarias que van desde las amenazas, el desprestigio, la burla e insultos, el amedrentamiento, hasta la violencia y la cárcel, sino mostrarle a toda la ciudadanía lo que le espera si osa insistir en su lucha por recuperar su país.

Una vez más, allí están, enfurecidos, sembrando el miedo, para disipar el terror que ya les alcanza, a sabiendas que no les quedan muchas opciones aparte de sembrar todo el caos posible. Todas las acciones aupadas y ordenadas por el régimen y sus secuaces, tan sólo pretenden neutralizar, mediante la amenaza, la agresión, el ataque y cualquier otro perverso método, la ineludible realidad de tener que entregar, a la vuelta de poco más de un año, el poder. Cuánta razón había en la sabia sentencia de Buda cuando afirmaba que aferrarse a la furia es como agarrar un carbón ardiendo con la intención de tirarlo a alguien; eres tú quien te quemas

Sabemos que adversar al régimen es enfrentarse a riesgos muy serios; pero someterse conlleva el más serio de todos los riesgos, que es soportar la terrible degradación de nuestra sociedad, así como vivir el lacerante riesgo de morir de mengua y sin medicamentos; o el de profundizar la diáspora que vacía de buena gente al país y sobre todo el absurdo e intolerante riesgo de convivir en alianza con el totalitarismo, el miedo, la violencia y el silencio cómplice, que no son representativos de una natural vocación por la libertad y la justicia.

Manuel Barreto Hernaiz

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