Carlos Rivero Sanabria fue un reconocido pintor del siglo XIX, nacido en Caracas en 1864, es decir, era un año menor que su colega y condiscípulo, Arturo Michelena.

Su calidad lo hizo merecedor de una beca otorgada por el presidente de la República, Antonio Guzmán Blanco, para estudiar en Europa. Primero va a Alemania y estudia en la Academia Superior de Bellas Artes de Dresde, donde recibe clases del pintor Erwin Oehme.

Luego se traslada a París, para estudiar en la Academia Julian, donde asiste al taller del pintor Jean Paul Laurens, en el que están como sus condiscípulos Arturo Michelena y Cristóbal Rojas.

No hay muchos datos sobre su vida, algunos pocos, como por ejemplo que llegó a participar, aunque discretamente, en el Salón Oficial de Artistas Franceses, en 1889.

En el 90 se regresó a Caracas con una extraña enfermedad que lo fue paralizando, e hizo que progresivamente redujera sus movimientos sólo al uso de brazos y manos. Desde ese momento se dedicó a pintar naturalezas muertas y algunos retratos, casi todas obras de tamaño pequeño, pero no dejó de pintar.

De hecho ese mismo año, 1890, el Rector Alejo Zuloaga le encargó un retrato del Presidente de la República Joaquín Crespo, en agradecimiento por todo lo que Crespo había hecho por la Universidad de Valencia.

En 1893, el Cojo Ilustrado publicó en el Nº 52 de fecha 15 de febrero de 1894, el desnudo de una mujer de espaldas, de Carlos Rivero Sanabria llamado “en el río”, con una nota que dice textualmente:

Tonta manía la de los mojigatos pecaminosos que encuentran inmoral lo que para admirado ha sido hecho. Muchas inmoralidades no están en las cosas sino en la manera de verlas; en la retina y en el pensamiento de quienes las ven. Cerrar un museo donde la estatutaria y la pintura exhiben las copias de lo que el Supremo Artista modeló para arrobamiento del ánimo, y esto a pretexto de no ofender ojos púdicos, podrá pasar por decisión moralizadora, pero no es, en el fondo, sino signo de corrupción o de barbarie. La ofensa a la moral no está en el arte sino en lo que la intención maligna añade o quita a la concepción del artista.

Y en la Universidad de Valencia estaba expuesto el retrato en tamaño real del presidente, pintado por Carlos Rivero Sanabria. Pero tal parece a Joaquín Crespo no le gustó el retrato. Son muchas las razones que la historia y la leyenda han encontrado: que si el general tiene pocas medallas, que se ve claramente la cojera de la que era víctima porque se apoya sobre la espada, que la barba no le sale cuidada, hasta que estaba tan real en el retrato, que lo podían a reconocer los enemigos en el campo de batalla. El hecho es que, el mismo presidente Castro, le encargó en 1895, otro retrato al pintor de moda, el valenciano Arturo Michelena, quien por cierto, también había regresado de París enfermo, el año 92, con tuberculosis.

El cuadro de Michelena sí le gustó al General Castro y se expuso en el lugar del de Rivero Sanabria, en la Universidad de Valencia. Luego llegó la clausura de la Universidad y el retrato pintado por Arturo Michelena fue a parar a la Casa de La Estrella, donde los Académicos de la Historia lo guardaron por años. Del de Rivero Sanabria no se sabía nada, se perdió tímidamente en el tiempo.

En la década de los noventa, el cronista de la Universidad de Carabobo y de la ciudad de Valencia, Dr. Guillermo Mujica Sevilla, el actual cronista de nuestra alma mater, Dr. Iván Hurtado y el Prof. Luis Cubillán Fonseca, recuperaron el cuadro de Michelena y lo llevaron al restaurador Fernando De Tovar Pantin. A los días recibieron una llamada del restaurador, para preguntar cuál de los dos retratos iba a ser restaurado. El retrato de Castro pintado por Rivero Sanabria estaba en perfecto estado, escondido bajo el retrato pintado por Michelena.

Y ahí están en lugar de honor, vigilantes de cuanto ocurra en el Paraninfo de la Universidad de Carabobo, un Arturo Michelena y un Rivero Sanabria.

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