A principios del siglo XIX, en Valencia existía una comunidad llamada Los Cerritos, famosa porque había entre sus habitantes, una familia belicosa a quienes apodaban Las Mapanares, cuyo jefe fue fusilado a mediados de mil ochocientos, por delitos comunes. También recuerdan a Ño Pinto, un pendenciero que tenía azotados desde Los Cerritos hasta Naguanagua y terminó asesinado en una fiesta. Había violencia.

En Los Cerritos quedaba el cementerio improvisado de los caseríos cercanos, Agua Blanca, Hato de Guataparo, El Trigal, Hacienda Mañongo y Naguanagua. Cuentan que la gente de ahí era tan pobre, que, cuando morían, había cuerpos que no llegaban a ser enterrados como debía ser, en una urna, sino directamente en la tierra y más de uno terminó en la boca de algún animal hambriento.

Ese terreno fue adquirido por un sacerdote de apellido Moreno, quien construyó allí, una pequeña capilla que parecía estar siempre en construcción. En 1841, después de muerto el padre Moreno, el párroco de Naguanagua, Presbítero José Manuel Hernández, con la ayuda de algunos valencianos de buen corazón, continuó con la fabricación del templo y a pesar del arduo trabajo y de pasar treinta y cuatro años tratando de terminar el hermoso santuario, murió sin poder conseguirlo. Sus restos fueron trasladados hasta esta linda capillita del Sitio de Los Cerritos.

Pero fue el Presbítero bachiller Pedro Antero Alfonzo, quien llevó esta iglesia a parroquia. Cuentan que, este joven cura, el 7 de febrero de 1893, a una semana de su ordenación, se hizo cargo de la rectoría de este pequeño templo, según nombramiento del Ilustre Arzobispo de Caracas y Venezuela, Doctor Críspulo Uzcátegui.

El padre Alfonzo había notado la falta de moralidad de la mayoría de los habitantes de Los Cerritos, que cada vez crecía más. Así que se propuso la tarea de educar a la comunidad y de llevar esa pequeña iglesia, a un verdadero templo. De esta manera, en un principio, hizo reforzar las paredes y construyó dos naves, una para el Santísimo y otra para el Rosario. Y comenzó a dar clases de la doctrina cristiana y de música, llegando a formar coros y bandas musicales. Porque el curita, además, era músico.

Seis meses más tarde, el 25 de agosto de 1893, la pequeña Iglesia de Los Cerritos, fue llevada a Iglesia Parroquial con el nombre de Iglesia Parroquial de San José.

Ya en 1907, hacia el flanco oeste de la Iglesia, el padre Alfonzo hizo construir la Capilla a Nuestra Señora de Lourdes, en forma de gruta, tratando en lo posible que fuera fiel imitación de la original en Francia, aunque ahorita parezca un adorno del estacionamiento.

Según el historiador Juan Correa, en 1918, Valencia sufrió los rigores mortales de la gripe española y el Padre Alfonzo fue un insigne apóstol de la caridad, al socorrer a cientos de enfermos en sus propias casas. Sólo en San José se registraron sesenta y siete defunciones por gripe y cinco por tuberculosis pulmonar.

En 1925, el Padre Alfonzo derrumbó la vieja fachada de la Iglesia e hizo levantar dos torres y en una de ellas, mandó a erigir la estatua de San José, obsequio de Don Ernesto Luis Branger, uno de sus mayores y constantes colaboradores.

Asevera por su parte, González Guinán, que el Padre Alfonzo no sólo fue el director de la obra en cuanto a la construcción del Templo, sino artesano y albañil, pues muchas veces se le vio con herramientas en las manos, trabajando como un obrero más. Convirtió la sacristía en su casa, donde además de dar sus clases, atendía a los feligreses, en sus necesidades. De hecho afirmaba Monseñor Luis Rotondaro: Era su mayor contento allanar caminos a los infortunados.

También fundó el Padre Alfonzo, una escuela para niñas pobres que llegó a albergar a 500 niñas y la llamó “Escuela Parroquial de San José”.

Hubo un día de Pentecostés, según el Dr. Correa, el 23 de mayo de 1926, en que se llevó a cabo la Santa Pastoral Visita del Excelentísimo y Reverendísimo Monseñor Doctor Francisco Antonio Granadillo a la Iglesia parroquial de San José. Lo acompañaron los sacerdotes encargados de tan importante visita, cofradías y sociedades. Durante la misma, se celebraron 332 confirmaciones y 34 matrimonios.

El mismo autor relata que el Padre Alfonzo también se destacó por su valentía, pues en los tiempos de la cruel dictadura del General Juan Vicente Gómez, el Padre llevaba comida y medicina a los presos del Castillo San Felipe de Puerto Cabello, a pesar de las continuas amenazas del alcaide de esa cárcel, el despiadado General Rito Paulino Camero.

Durante los casi cuarenta y cinco años que permaneció en San José como cura párroco, fundó diversas organizaciones religiosas. Nunca nada fue suyo. Lo que recogía en limosnas, lo empleaba en su Iglesia.

Hoy en día, el párroco de la Iglesia de San José es el reverendísimo Monseñor Dr. Máximo Rodríguez y el párroco coadjutor, el padre Kafka Pirela y no ha sido fácil su trabajo, eso sí, lleno de Dios y con mucho amor.

Falleció el Padre Alfonzo el 7 de julio de 1937, contaba con 77 años de edad y aún es recordado por su buen corazón y su insuperable caridad. La escuela parroquial de San José, desde 1938, se llama Escuela Parroquial “Padre Alfonzo” y, desde el 7 de julio de 1951, sus restos descansan en la Iglesia Parroquial de San José que tanto quiso.

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