Desorden o eficiencia son dos elementos que afectan, en formas extremas y opuestas nuestros rendimientos. El desorden ha sido señalado, casi siempre, como elemento  generador de desperdicio, de incomodidad, de costos, de escasa preparación, o de limitaciones culturales. La eficiencia al contrario, por otra parte, se utiliza como un criterio general para considerar, y a veces medir, la productividad de las personas o los trabajos…

Un elemento a través del cual se expresa el desorden, mayormente, es la manera como nos relacionamos con nuestro ambiente de vida o de trabajo. Según cómo esté organizado el ambiente (espacio y sus elementos) donde vivimos o trabajamos, creamos una actitud que favorece (o afecta) nuestro estado anímico, nuestra conducta y la de quienes conviven con nosotros. En forma consciente o inconsciente, nosotros organizamos las actividades, así como los ambientes en que vivamos o trabajemos, y sus elementos.

Pero, los ambientes con sus características influyen en nosotros, solamente, si estamos conscientes de su existencia. Si no somos conscientes de cómo están organizados, en nada nos afectará su presencia estética y visual. Es como si no existieran: ¡Ni nos atraen, ni los evadimos! “No hay peor ciego que quien no quiere ver”, dice el refrán: Por esta razón, todo orden o “desorden” es relativo. Lo “bueno” o lo “malo” que veamos en un ambiente es siempre relativo: Ocurre una especie de “ceguera” selectiva. Siempre tendremos una percepción selectiva, prejuiciada, de creación muy personal.

El poder de los prejuicios es impresionante, y son mayormente desconocido por quienes los tienen. Todo el mundo es prisionero de sus propias experiencias y de la fuerza opresora de sus prejuicios. Nadie puede eliminar fácilmente los prejuicios, pero cuán gran beneficio podemos lograr, simplemente, con reconocerlos, controlarlos y aun eliminarlos.

El “orden” o “desorden” que vemos y sentimos tiene un fundamento personal y cultural. Ese orden o desorden, aunque no lo sabemos mucho, determina nuestros estados anímicos, de malestar o de comodidad psicológica en los ambientes donde estemos. ¿Una casa o una oficina que consideremos “desordenadas”, significan que algo está “mal”? La respuesta es SI, porque influyen en nuestro rendimiento, en nuestra productividad, en nuestra eficiencia. Así mismo, nos sentimos mal en un ambiente que veamos como “caótico”, aun sin que estemos plenamente conscientes de ese “caos”, y sin que nos ocupemos de arreglarlo.

Vemos los ambientes, elementos o eventos que deseamos ver, y dejamos de ver otro tanto, porque conformamos nuestro mundo a imagen y semejanza de nuestros gustos y creencias. Lo más grave es que ese mundo está prejuiciado por nosotros mismos, muchas veces con desconocimiento parcial o total. Un viejo refrán nos aclara mejor la situación. Ese refrán dice que: “Vemos al mundo según el color de los lentes que utilicemos”…




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