Hoy es día de votación. No es precisamente una jornada de elecciones, porque no se elige a nadie, pero no por eso deja de ser un día importante. La tarea de hoy es pronunciarse a favor o en contra de una de dos opciones, ya no de gobierno y ni siquiera de política sino de vida; de vida presente y futura. Se trata de aceptar o rechazar el desmadre que ha generado la clase gobernante venezolana desde 1999. De decirle al régimen, a través de millones de opiniones traducidas en votos, que tiene que irse, que nadie avala el saqueo que ha sufrido el país ni la ruina económica, social y moral que ha traído este socialismo deforme, trasnochado y corrupto. O de quedarse callado y endosarle a los rojos el poder que nunca debieron tener.
La gente irá a votar sin circuitos barajeados, sin que le prometan bolsitas con migajas
Como detalle particular, esta será la primera votación verdaderamente libre que se hace en Venezuela desde hace muchos años. Aquí no habrá acarreos en autobús, sistemas “puyados” ni aparatos del gobierno gastando fortunas en misiones que se pudren a los pocos meses. Tampoco habrá ventajismo oficial, excepto por los intentos que hará –y está haciendo- el chavismo para sabotear el proceso. La gente irá a votar sin circuitos barajeados, sin que le prometan bolsitas con migajas y sin que nadie les robe el voto con cajas negras y fraudes electrónicos (que tanto se niegan pero que nadie demuestra que no ocurrieron).
Las votaciones de hoy serán muy distintas a las de los últimos lustros. No habrá máquinas captahuellas ni habrá que esperar la aparición en cadena nacional de Tibisay y sus compinches para que “validen” el proceso y suelten unos números en los que nadie confía. Tampoco habrá retrasos inexplicables en las mesas de votación, de esos que sirven para preparar las trampas y regar el olor a cartas marcadas. Los comicios, esta vez, no le pertenecen al CNE ni a la maquinaria oficial. Le pertenecen a la gente, que los ha organizado y va a participar por voluntad propia, en Venezuela y en el resto del mundo. Los resultados se sabrán cuando se tengan, pero todo hace pensar en una avalancha opositora –sin que importen partidos ni ideologías- que le dirá hasta aquí llegaste al cogollo abusador que desgobierna.
¿Y después qué? Después tocará cobrarle a un deudor maula, pero mientras más votos haya a favor de la oposición más ridícula será la convocatoria a la Constituyente y mayor será la presión y el plomo en el ala que llevará la dictadura.