Un camino de lucha política que no se comprometa con el cambio radical, esto es de raíz, de fondo, de sustancia; y que a veces ni siquiera lo proponga, es un camino que sólo conlleva al continuismo del poder establecido.

Cualquier parecido con la trágica realidad que padece Venezuela, no tiene nada de casualidad.  Nada.

Acá están dadas las condiciones sociales y económicas para suscitar un gran movimiento de cambio nacional, pero la dimensión política es un obstáculo difícil de superar, y no me refiero únicamente a la hegemonía despótica y depredadora que aún impera, sino a sus aliados más útiles, los que se encubren de opositores, y los que lo son de una manera crasamente equivocada.

Maduro y los suyos hacen fiesta con los llamados diálogos, las pretendidas negociaciones y las supuestas votaciones. Por un lado ganan tiempo, y por el otro brilla el barniz de seudo-democracia.

No importa la catástrofe humanitaria, la ufana mandoneria, la obliteración de los derechos humanos y la rampante corrupción. Nada de eso importa ante el iluso camino de una caricatura democrática, al estilo de las que elucubran en Miraflores.

Y entonces la consabida pregunta:   ¿Y qué propones tú?  Pues dos cosas, al menos: que se tenga la humildad de reconocer o incluso examinar que por el camino oficialista no se llega al cambio de raíz. Y la segunda que no se soslayen los caminos que la Constitución formalmente vigente, tanto consagra como exige para recuperar los derechos democráticos.

Serán caminos inviables si de entrada así los entendemos. Pero no lo serían si estamos dispuestos a un compromiso esencial con el cambio venezolano.




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