Otra vez el régimen convoca unas elecciones tramposas y fuera de tiempo, usando la ventaja del que tiene las llaves del campo, es pana del árbitro y custodia las pelotas, los bates y los guantes. Otra vez el régimen miente –lo que no es ninguna novedad- cuando varios de sus voceros dicen que el llamado a elecciones es a causa de las sanciones de la UE, del “bloqueo” y de la –me niego a utilizar el término “guerra”, por simple decoro- crisis económica.

La convocatoria relancina no responde a ningún evento reciente, llámese diálogo, sanciones, condenas internacionales o extinción de la moneda. Como casi todo lo que arma el chavismo, los comicios representan, además de un clavo más en la urna de la democracia, una acción planificada dentro del objetivo único que es mantenerse mandando. Los rojos y sus asesores caribeños no improvisan movimientos. Por el contrario, alimentan sus estrategias a partir de un copioso menú de respuestas para cada escenario posible, usan algoritmos sofisticados y tecnología de simulación al giorno (y trabajan 24×7 cuando se trata de proteger sus privilegios).

Como indicio de su origen deliberado, el sufragio adelantado tiene varios destinatarios: en primer lugar la oposición, para dividirla (con candidatos “opositores” que quiebren el rechazo a participar) y aprovechar la reciente erosión de su capital político; luego, el 80% del soberano opuesto a la dictadura, que se sentirá desasistido, pesimista y huérfano de liderazgo; y finalmente, la comunidad internacional, a la que se le estará diciendo que en Venezuela los amos del poder hacen lo que le da la gana. El resultado, sea cual sea la posición opositora, será trampeado y ganará, como siempre, el casino. Y si no gana, la ANC anulará las elecciones y dirá que los que mandan son ellos, como órgano supremo, y designarán un regente, un rey o un emperador.

La disolución del parlamento elegido en 2015, la elección de la ANC, con sus 6 millones de votos inventados, y el arrase oficial en las gobernaciones y alcaldías deberían ser prueba suficiente para concluir que en Venezuela el tiempo de las fiestas electorales se acabó hace años; mucho antes de 2015, por cierto. Como también se acabó el juego democrático y la posibilidad de conseguir la mínima concesión negociando con el régimen, según se demostró una vez más con el reciente y malogrado diálogo. Esa es la realidad, el punto de partida, y quien se enfrente a la dictadura tendría que comenzar por aceptarlo. El que no sabe de dónde arranca el viaje, nunca podrá llegar a su destino.




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