¡Fue una historia horripilante! Penurias de lo desconocido, y muchos sueños en la mayoría de ellos, hombres y mujeres. Esto fueron las migraciones hacia Venezuela, de los españoles de islas Canarias. Las migraciones de las cuales muchos de nosotros, niños para esos tiempos, habíamos escuchado comentar tantas veces. Venidos de España, gente simpática, animada, trabajadora, muy parecida a los venezolanos en sus costumbres y tradiciones, y hasta en el acento con que se expresaban, el mismo idioma que nosotros hablábamos. Formaron parte del panorama de calles, plazas, ciudades y pueblos de la Venezuela de mediados del siglo XX.

Corrían los años 40 del siglo XX, cuando salieron los emigrantes de Canarias a través del Atlántico, con destino a la otra Venezuela de entonces. Entre los años 1940 y 1947, hombres de trabajo, amigos sencillos, gente de pueblo, junto a sus familiares, iniciaron espeluznantes travesías hacia Venezuela. Navegaron, en total, unas 50 o 60 burdas embarcaciones de madera y amarras. Unos 5.000 canarios cruzaron hacia una nueva vida, y tenían por delante el reto y riesgo de encontrar las oportunidades que en sus tierras de origen se habían agotado, o muy pocas habían conocido. Penosas travesías al azar. Tres o cuatro meses, en el bravo océano. 60 personas en cada lanchón, apretujados, comiendo harina de gofio, recolectando agua de lluvia. Después de varios meses, llegaban a Venezuela. Desnutridos, con sus rostros curtidos de sal y sol. Ropas hechas girones. Apellidos ilustres hoy, provienen de esos trabajadores canarios que, al cruzar el inmenso océano Atlántico, llegaron como inmigrantes a colaborar con la grandeza de Venezuela. Pero, miles de sus descendientes, venezolanos por nacimiento, al igual que millones más, hacen ahora una travesía inversa; desde una Venezuela que padece las miserias jamás pensadas por abuelos y bisabuelos. ¡Una verdadera migración a la inversa, que arrastra a millones de venezolanos desahuciados! ¡Dolor de las tierras libres!




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