El chavismo montó su enésimo mamarracho –y su enésimo golpe de estado- con el nombramiento de una directiva parlamentaria formada por “opositores” a sueldo que se prestaron para hacerle el juego a la pretensión oficial de apropiarse del único poder legítimo que queda en Venezuela. La puesta en escena fue lamentable, por lo descarado, tramposo y chapucero. Como siempre, el edificio del parlamento se pintó de verde oliva para impedirle la entrada a los justos y a los periodistas, y dejar pasar a los que se vendieron. La juramentación de Luis Parra como presidente del congreso, zarandeado por los cuatro costados y nariceado por los mandones, fue un espectáculo bochornoso, tumultuario, como solo los rojos podrían hacerlo. El Sr. Parra y sus compinches quedarán para la historia minúscula del país como unos peones sin escrúpulos que se engolosinaron con unas monedas mal habidas y terminaron en el mayor de los ridículos. Las imágenes que se multiplicaron en las redes no dejaron mucho espacio para interpretaciones ni relativismos, a pesar de los discursos (goebbelianos, no faltaba más) de la sargentada y por encima del reconocimiento de la Rusia de Putin al parapeto montado por la usurpación.

Por supuesto que nada de lo que pasó el 5 de enero hubiera sido posible sin el apoyo, la protección y el activismo de los militares. Fueron soldados quienes rodearon la “casa del pueblo”, bloquearon las entradas y –dirigidos por funcionarios y esbirros al servicio del régimen- le cerraron el acceso a la democracia. Lo ocurrido fue un golpe militar, ni más ni menos: no fue un decreto de la ANC ni una sentencia del tsj (en minúscula) lo que detuvo a los diputados; fueron integrantes de las fuerzas armadas mandados por sus jefes y por los jefes de sus jefes. Lo que ya es costumbre no le quita relevancia al hecho de que la dictadura venezolana depende exclusivamente de los militares (venezolanos y aliados extranjeros, se entiende) para imponerse. Sin el apoyo militar, el régimen no podría sobrevivir, lo que parece una verdad de Perogrullo. Pero, aunque una y otra vez se confirma que la fuerza es indispensable para recuperar la República –y hasta para dialogar- una y otra vez se intenta salir del chavismo por métodos civiles, por llamarlos de alguna manera.

La contrapartida al adefesio del 5E vino dos días después, cuando un grupo de parlamentarios opositores rompió el bloqueo de los milicos y logró entrar a la sede de la AN. Ahí, dentro del hemiciclo, se volvió a juramentar Juan Guaidó como presidente de la Asamblea (lo que ya había ocurrido el día del golpe, en la sede del diario El Nacional) y se terminó de ponerle legalidad a lo que era obvio en todas partes. En unas imágenes que deben rescatarse para la historia, alguien recogió el momento en que los diputados rompían el cerco y entraban a la Asamblea a la voz de “esto no es un cuartel”, increpando a los soldaditos. Pero lo más pintoresco de todo es que uno de los GN sale corriendo, sin la menor vergüenza, y pasa frente a la cámara a refugiarse quién sabe dónde de quién sabe qué, como si lo persiguiera la peste negra.

La alegoría es doble: solo con fuerza y determinación –resteo, en realidad- pudieron entrar los diputados a su casa, mientras que los encargados de cerrarles el paso, cuando se vieron superados, solo fueron capaces de correr o apartarse del camino con el culillo en el rostro.




Estimado lector: El Diario El Carabobeño es defensor de los valores democráticos y de la comunicación libre y plural, por lo que los invitamos a emitir sus comentarios con respeto. No está permitida la publicación de mensajes violentos, ofensivos, difamatorios o que infrinjan lo estipulado en el artículo 27 de la Ley de Responsabilidad en Radio, TV y Medios Electrónicos. Nos reservamos el derecho a eliminar los mensajes que incumplan esta normativa y serán suprimidos del portal los contenidos que violen la Constitución y las leyes.