Gerencia en Acción/ Optimismo, pesimismo y salud

“El éxito no se mide tanto por la posición que uno ha alcanzado en la vida, como por los obstáculos que uno ha vencido mientras ha intentado alcanzarlo” J. A. Flórez Lozano
Catedrático de la Universidad de Oviedo

Probablemente, el optimismo y una actitud positiva ante la vida tienen mucho que ver con las endorfinas, unos opiáceos endógenos capaces de producir una sensación de bienestar y de placer, una persona que aprendió a ser optimista comentaba que la tendencia a reaccionar de forma positiva había aumentado su amabilidad, bienestar, satisfacción interna y sentido de la vida.

El optimismo se puede ir aprendiendo día a día, en cualquier momento, rodeándose especialmente de sujetos optimistas. Personas que han superado muchos obstáculos y contrariedades. Por eso, Booker T. Washington, pionero de la integración racial en EE UU, decía: “Así, lo fundamental en ese aprendizaje continuo del optimismo es saber cómo vamos a reaccionar frente a las adversidades y sólo hay dos opciones: Inmovilizarnos, deprimirnos y enfermarnos o bien impulsar acciones psicológicas (conductuales o cognitivas) capaces de superar el problema, de sentirnos satisfechos y orgullosos de haber alcanzado un éxito, por pequeño que éste sea (responder con sentido del humor ante una negativa de cualquier persona de nuestro entorno)”.

No obstante, hay que aclarar inmediatamente que el desarrollo de una vida optimista nada tiene que ver con la “vida placentera” que se consigue con cualquier hecho material.

Por el contrario, el desafío de un pensamiento optimista no es fácil, ha de sobreponerse día a día, ha de tener un buen control emocional y aprender continuamente de sus errores, tratando de superarse, de mejorar su percepción personal y de contribuir también al mejor estado emocional de sus seres más queridos.

La persona optimista tiene un afrontamiento de la realidad más adaptativo, el pesimista, por el contrario, se refugia en el fracaso, en la impotencia, en la indefensión y en la depresión.

El pesimismo despierta esa zona de desesperanza que yace en toda existencia, el pesimismo sería en última instancia la antesala de los trastornos neuróticos (fobias, neurosis obsesiva, fobia social), la depresión y otras enfermedades psicosomáticas (catarro común, trastornos del sueño, problemas gastrointestinales, cefaleas, dolores de espalda, dolores musculares erráticos, reumatismo psicógeno, psoriasis, dermatitis, disfunciones sexuales, etcétera). Por eso, es lógico que utilicen más frecuentemente los servicios médicos y consuman muchos más medicamentos.

El pesimismo también sumerge en emociones negativas (ansiedad crónica, tristeza, tensión continua u hostilidad, complejo ira-hostilidad, cinismo o suspicacias implacables) y nocivas para la salud. En efecto, emociones negativas como: rabia, odio, enojo, desprecio, incomodidad, ingratitud, intolerancia, antipatía, resentimiento y numerosos traumas emocionales hacen su aparición poniendo en peligro el equilibrio mental y físico de las personas.

Enfermedades se relacionan con este tipo de emociones: asma, artritis, cefaleas, úlceras pépticas, enfermedades infecciosas, problemas cardíacos, enfermedades coronarias, etcétera.

Oscar Wilde dejó dicho a este respecto: “Desde el punto de vista intelectual, el odio es la eterna negación y, desde el punto de vista emocional, una atrofia que elimina todos los restantes sentimientos”

El pesimismo puede llevar paulatinamente hacia una auténtica “despersonalización”. En esos soliloquios profundos de pesimismo, el sujeto se convierte en una abstracción irreconocible, levantando más y más muros de incomprensión, el individuo muda su antigua piel de amabilidad, cordialidad, afectividad, tolerancia y optimismo por la impermeable coraza del resentimiento.

De ahí la importancia terapéutica de rebatir los pensamientos pesimistas que anulan y coartan. El pesimista siempre ve la peor causa y piensa en términos de “siempre’ o ‘nunca”. Ese optimismo que permite entender y comprender a los demás se queda ciertamente oscurecido. José Saramago ya decía a este respecto: “Lo más difícil no es convivir, es comprender a los demás”

Es necesario desplegar todos los mecanismos que impulsan la alegría, la euforia y el optimismo por vivir. ¡Saber disfrutar es saber vivir!

Y la mayor parte de las cosas que se necesitan para ser felices no son en absoluto importantes; en muchas ocasiones, no hay que cambiar la realidad para ser más feliz; sólo hay que saber lo que es no tener una “moneda valiosa” y, entonces, uno se alegra de tenerla; una persona ciega como Hellen Keller expresaba lo siguiente: “Si puedo encontrar tanto placer por el tacto, cuánta más belleza debe revelarse a la vista”

Todo lo que se puede hacer para potenciar el optimismo es aceptarse más y valorarse más. Las personas optimistas son aquellas que esperan cosas positivas y poder enfrentarse eficazmente al estrés y a los constantes desafíos de cada día.
En fin, el enfoque optimista del pensamiento permite mantener un buen estado emocional, lo cual genera una fortaleza psíquica muy eficaz frente a los estados depresivos y frente a los trastornos cardiovasculares.

¡Lo que se necesita es muy poco, pero lo que se quiere es mucho!

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Las opiniones expresadas en este artículo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente la posición de El Carabobeño sobre el tema en cuestión.

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Chichí Páez
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