Una sociedad que hace dos años parecía haber encontrado el camino del sosiego, de la reconquista de un importante espacio político, como debería ser la Asamblea Nacional, vuelve a hallarse ahora dividida en la confusión y enfrentada en la estupidez. Hemos vuelto para atrás.

Ahora nos encontramos ante una verdad: cada generación no ha dado a la que le sucede más de lo que recibió. La descomposición nos sitúa al borde de un profundo precipicio. Por ello la juventud venezolana debe entender que le llegó el momento de asumir el volante de este bus en reversa y rumbo al barranco, y sacar a Venezuela de la cuneta en la que fue metida por la acción de un irresponsable e incompetente chofer.

Rectificación y prudencia se presentan como elementos necesarios para favorecer el resurgimiento de una percepción nueva ante las situaciones que se vislumbran, en pos de una solución inédita y satisfactoria dentro del entorno que parece agobiarnos, en el que todo se presenta confuso y adverso.

Y conste, esto requiere capacidad de desprendimiento. Aplomo, sinceridad y humildad. La vieja y gastada política tiene que hacer conciencia del tiempo que se le fue y de su lejanía con el tiempo que vivimos y el que estamos obligados a ayudar a construir bajo la conducción de las nuevas generaciones.

Lo importante ahora no es la cantidad de errores cometidos sino la capacidad para levantar vuelo en medio de un gran pedido a los jóvenes para que, conjuntamente con la experiencia y trayectoria de los mayores, pasen a diseñar el porvenir que sea capaz de darle esplendor a todos los empeñados en construir la Venezuela que tendrá que ser.

El fin de cuantos aspiran a dirigir este país nuestro tan exhausto, maltratado y burlado debe ser la permanente búsqueda del bien común, y esa sempiterna búsqueda debe acompañarse de la prudencia política, sin dejar espacio para más desaciertos, excluyendo la insensata temeridad y precipitación que suelen conducir a la actuación sin la debida reflexión, propias de los políticos autosuficientes, desconsiderados e incapaces de ponderar la realidad del delicado momento en el cual les ha tocado asumir posiciones relevantes, bien sea por falta de madurez o de juicio. Para nadie es un secreto que el político torpe carece de prudencia, como tampoco resulta desconocido que la actividad política verdadera, es una de las mayores manifestaciones de prudencial sabiduría.

Tanto en la guerra como en la política, toda planificación estratégica debe concertarse con más prudencia que ayer, más audacia que hoy, sin menospreciar los desaciertos, ni confundir los hechos y logros con la esperanza de mañana.

Es preciso que las debilidades y las fortalezas se evalúen descarnadamente, con total sinceridad, para estar en condiciones de reaccionar sin engaños, con visión de futuro, ante las circunstancias en constante evolución.
Son momentos reflexión, de auto-crítica, de análisis, de diagnóstico, de medir qué puede flexibilizarse y qué debe radicalizarse. No es el tiempo de «la cuadratura de los espacios no conquistados», de «ubicación y posicionamiento».
Son momentos de apartar el sectarismo senil; de innovar, de anticiparse, y hacerlo con humildad, porque el anticiparse exige muchas veces contener el ansia de prevalecer sobre otros, moderar la precipitación y situarse en una posición de aparente desventaja.

Si bien es necesaria la prudencia y la cautela ante este régimen de corte totalitario, se evidencia mucha indiferencia ciudadana, tal vez motivada por la actitud errática de la MUD, pues con lo que está en el tapete, aun no termina de dar las señales de dirección opositora.
Luego, la confianza se va perdiendo, pues seguimos, a pie juntillas, todas las pautas y las reglamentaciones que va imponiendo el régimen; de hecho nos adaptamos a su dictado totalitario. Y el que se adapta acaba aceptando y quien no se oponga con firmeza y determinación a este gobierno, debería sentirse culpable porque en el fondo ayuda a que tan ruin sistema se atornille aún más.
¿Hasta cuándo le daremos oxígeno a quien nos asfixia inmisericordemente. ?

 




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